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Mensaje por micky morales Sáb Ene 09, 2016 9:56 am

bueno hay que entender que no es muy agradable que tu ex-pareja demuestre abiertamente y sin remordimientos que nunca te quiso y que tu dinero era mas importante que tu, asi que santana tiene razon de ser una negra sombra..... por ahora!!!!!
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Mensaje por 23l1 Sáb Ene 09, 2016 7:11 pm

marthagr81@yahoo.es escribió:"negra sombra"  de verdad?? que apodo mas feo.  mejor hubiese sido "morena amargada", algo asi, jajajjajaja,  no se porque las brittana no hicieron click




Hola, jajajajajaaj xD cosas locas de la vida que se nos ocurren a veces, no¿? jajajajajajaajajajaj. XD jajaajajajaj podría haber sido, toda la razón jajajajajaja. Ni yo¬¬ Saludos =D





Susii escribió:Klddgj bueno no era lo que esperaba de su encuentro xd pero a ver como sigue :s



Hola, jajajaajaj no, vrdd¿? jajajajaajaj estas brittana XD Aquí el siguiente cap para ver eso! Saludos =D




micky morales escribió:bueno hay que entender que no es muy agradable que tu ex-pareja demuestre abiertamente y sin remordimientos que nunca te quiso y que tu dinero era mas importante que tu, asi que santana tiene razon de ser una negra sombra..... por ahora!!!!!



Hola, mmm difícil de digerir, no¿? =/ Jajajajaajajajajja XD jaajjaajaj esperemos y britt la haga cambiar, no¿? ajajajaj. Saludos =D



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Finalizado FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Cap 5

Mensaje por 23l1 Sáb Ene 09, 2016 7:13 pm

Capitulo 5

—Suelo estar mejor preparada, pero ni siquiera he mirado las direcciones.

Santana se retiró el pelo y lo sujetó firmemente con un peine.

La noche anterior le quedaba bien suelto sobre los hombros, pero aquél no era un día de calor y amistad. Además, la noche anterior no había contribuido a borrar las ojeras del jet-lag.

Quinn, aún en bata, se repantigó en la cama de la habitación de invitados.

—Aún no conozco bien la zona, pero, si se trata de una bodega, tal vez sepa cuál es. He ido a catar vinos para la fiesta benéfica—sonrió con nostalgia—En las bodegas suceden a veces cosas muy agradables.

—Pareces perdidamente enamorada—dijo Santana, procurando no alterarse.

Quinn se ponía irracional con tanto recuerdo empalagoso de Rachel.

—Sí que estoy perdidamente enamorada. Es muy educada. Sabía que me habría ido a casa con ella, pero no me lo pidió.

A Santana la había sorprendido, aunque aquello sólo significaba que Rachel era mucho más inteligente que la mayoría de las atractivas lesbianas que habían desfilado por la vida de Quinn hasta aquel momento.

Miró a Quinn en el espejo.

—Bueno, tenía que llevar a su amiga a casa. Seguramente lo hace siempre.

—¿Tú crees? Brittany no me parece una bebedora y, después de mi mamá, te aseguro que puedo distinguir a una alcohólica a un kilómetro de distancia.

Quinn hundió la cabeza entre los brazos, dejando a Santana sola con su propio reflejo.

—¿Se llama así la amiga?—se abotonó la blusa lentamente—¿Brittany Pierce? ¿Era Brittany Pierce, de Viñedos Pierce?

—Sí, ¿no te enteraste cuando te la presenté?

—Había demasiado ruido. ¿Cómo sabes el…?

Quinn alzó la cabeza y contempló a Santana en el espejo con horror.

—Oh, no. Por eso estás aquí. ¡Qué horrible! Es encantadora. Y su papá, adorable.

Diablos.

Se preguntó si la dudosa hostilidad del saludo de Brittany obedecía a que sabía por qué estaba ahí Santana. Sin embargo, había esperado que Brittany Pierce fuera mucho más hostil; a lo mejor tampoco había oído las presentaciones.

—Seguro que son personas fantásticas, pero no puedo decir más.

—A veces los negocios arrastran—Quinn estaba a punto de llorar—No sé cómo haces lo que haces, San. A mí me mataría.

Santana se armó de valor frente a una oleada de imágenes: cómo se habían conocido su papá y su mamá, presentados por el hombre al que debía juzgar en menos de una hora. Una niñita que había producido una impresión indeleble en su papá.

Pensó en la forma en que la habían mirado durante un momento los ojos adultos de Brittany Pierce y se obligó a recordar los fríos y duros hechos.

Brittany Pierce era la debutante que acababa de llegar de Europa.

A juzgar por su comportamiento en la carretera después del baile, seguía siendo una chica de fiestas.

Pero la fiesta había terminado.

—A veces no resulta fácil—reconoció Santana—Sobre todo cuando se lastima a gente que no ha hecho daño. No tiene nada de malo si piensas que, si vas a trabajar todos los días y realizas tu jornada laboral, te deberían permitir que siguieras trabajando, viviendo tu vida y sacando adelante a tu familia.

—Pero el mundo cambia demasiado rápido en esta época. Sé por qué das todo ese dinero a la Fundación para la Educación de Zonas Deprimidas. No quieres despedirlos porque no tienen una mente flexible ni capacidad para cambiar de trabajo.

Santana se ajustó los puños.

—Es dinero culpable, nada más.

—Cállate—repuso Quinn—Odio que digas esas cosas.

—Elaine decía la verdad de vez en cuando. Soy muy rica.

—¡Jugando según las normas!

—Normas que me favorecen siempre—se arregló el pelo.

Quinn se puso detrás de Santana y abrazó a su amiga por la cintura.

—Eres una buena persona, San. Nunca he creído otra cosa.

Clara y oscura, pensaba siempre Santana cuando estaban las dos juntas.

—¿Por qué no nos queremos?

—Yo creo que sí.

—Ya sabes a qué me refiero.

—Tal vez…—Quinn acarició el estómago de Santana—Tal vez tengamos que ser las mejores amigas que ha habido en el mundo.

Santana se rió, maravillándose de que Quinn lograra siempre que la vida pareciera tan sencilla.

Su risa se extinguió cuando preguntó:

¿Cómo se llega a Viñedos Pierce?




*************************************************************************************************



Brittany se despertó con la certidumbre de que tenía la cabeza metida en una máquina embotelladora.

Pump-clic-pafbuf- zzzz~pump-clic-paf-buf.

Durante un buen rato sólo fue capaz de rezar para que la máquina parase.

Temió que el crujido de la puerta fuera Sue que le llevaba algo de comer. Pero enseguida oyó un ruido de garras sobre madera, antes de que la cama se moviera explosivamente.

—¡Hound!—Brittany se agarró la cabeza—¡Sal de la cama, por favor!

Hound le lamió la cara, y el olor del aliento del perro fue la perdición de Brittany.

Hasta casi una hora después no logró meter las sábanas, la camisa, la ropa del suelo y la alfombra del baño en la lavadora.


Sue no dijo nada cuando Brittany entró en la cocina. Señaló con gesto expresivo una jarra de café que estaba sobre la encimera y siguió troceando nueces.

Disparos de pistola sonaron en los oídos de Brittany.


Cuando abrió los ojos, con la cabeza aún sobre la mesa de la cocina, pasaban de las doce.

En su nariz cosquilleaba el aroma del café recién hecho y en esa ocasión no le dieron ganas de morirse.

—Así que te lo pasaste bien anoche—observó Sue, cuyas manos estaban alisando lo que parecían, en la breve mirada que Brittany le dedicó a la comida, empanadillas de pesto y pollo.

—Me lo pasé bien hasta que hice el idiota.

Brittany bebió el café con cautela. No lo devolvió y suspiró, aliviada.

—No me prepares nada para comer.

—Esto no es para ti. Ha venido una mujer a ver a tu papá, y están en el despacho.

—Oh—Brittany frunció el entrecejo—¿Quién escancia?

—Aún no ha llegado nadie, pero hace un día muy bueno y apuesto a que pronto habrá movimiento.

Brittany asintió y lo lamentó.

La perspectiva de oler el vino amenazaba su equilibrio.

Sue puso un cuenco con algo humeante delante de ella.

—Un par de cucharadas y empezarás a sentirte mejor.

Cuando había tomado la mitad de la sopa de pollo con fideos, salada pero suave, se sintió mejor. La acompañó con un vasito de agua, Advil y unas galletas saladas.

Cuando llegaron los primeros clientes, se sentía casi humana, aunque tuvo que respirar por la boca cuando descorchó la primera botella.

Por suerte, la comida se mantuvo en su estómago.

Cuando los clientes se marcharon, percibió el sonido atenuado de las voces en el despacho y recordó que había alguien de visita.

Era una reunión larga y en domingo.

Cruzó la sala de degustación para escuchar descaradamente y oyó decir a la mujer:

—La verdad es que hoy no pensaba entrar en detalles.

—Cuanto antes mejor—repuso su papá—Como ya le he dicho, estoy seguro de que se trata de un error.

—Ojalá pudiera decir lo mismo, pero, como hace tanto tiempo que no se efectúan los pagos y al parecer no hay visos de que se efectúen, los acreedores se muestran comprensiblemente nerviosos.

Brittany cerró los ojos; se sentía aturdida.

Intentó darle sentido a las palabras, pero no pudo.

—¿No podrían los inversores hacer los pagos? ¿Y si les damos más acciones?

—Tienen que aceptarlas, señor Pierce, y no me han dado garantías de que vayan a hacerlo.

—Pero, señorita López, aún no hace dos años que todo el mundo decía que era estupendo tenerlo todo perfilado, creo que empleaban esa palabra. ¿Por qué no ahora?

—Por eso estoy aquí…

Brittany abrió la puerta y se quedó atónita al ver a Santana López.

Primero relacionó la altiva curva del cuello con la fotografía de la revista Inc., pero enseguida reconoció a Negra Sombra.

Se miraron en silencio, pero Brittany habría jurado que los ojos oscuros de Santana López repasaban la encantadora escena de la carretera, cuando había vomitado entre la maleza.

Notó un breve rugido en los oídos, volvió a oír la expresión «por debajo de la media» y recordó el desdén que había mostrado aquella mujer con Rachel y con todas las demás.

—Por fin apareces, calabacita. Hubo un baile.

Su papá le ofreció una silla, pero Brittany no quiso sentarse.

—Sí. Estoy pendiente del timbre. No sabía que tuvieras citas de negocios hoy, papá.

—Hoy no, mañana. La señorita López pasaba por aquí.

Seguro que sí, estuvo a punto de decir Brittany.

¿Por qué su papá no le había dicho que había llamado la mujer para concertar una cita?

Tenía ganas de preguntárselo, pero no quería reconocer delante de aquella víbora que no sabía nada.

Mientras buscaba algo apropiado que decir, con la cabeza a punto de estallar, la tranquilizó oír que se abría la puerta de la sala de degustación.

Se volvió y vio a Rachel, que recorrió con la vista la sala vacía y luego observó a Brittany y dijo, en un tono alegre:

—Vaya, pareces un gato al que hubieran arrastrado de un lado a otro.

Brittany le lanzó una fulminante mirada de advertencia y la interceptó antes de que se acercara al despacho.

—Por aquí—siseó y llevó a Rachel a la cocina.

—¿Qué? ¿No había clientes…?

—¡La mujer de la suspensión de pagos está aquí!

—¿Hoy? Es domingo.

—Como si eso le importase a la gente de negocios. Es lunes en algún lugar del mundo. Se trata de la amiga de Quinn, Santana López.

—No.

Rachel miró a Brittany como si le acabara de decir que los extraterrestres habían inventado el queso nacho.

—Sí.

—Oh, claro, Quinn no está aquí. Vi su coche fuera y creí…

—Ahora no tengo tiempo para tus rollos con Quinn.

—Britt, no hace falta que te pongas así—Rachel cruzó los brazos sobre el pecho—Sé que estás sufriendo mucha presión.

—Y tengo resaca. La mujer que va á decidir si nos quedamos con nuestra tierra o no me vio vomitando en el campo anoche. Cree que soy una mierda.

—Hablaré con Quinn…

—¡Ni se te ocurra! Que no se te ocurra.

La puerta de la sala de degustación se abrió otra vez y Brittany cerró los ojos.

—Estoy fatal.

—Yo serviré—se ofreció Rachel—Te he visto muchas veces y puedo hacerlo.

—Sólo necesito un minuto para recuperarme—dijo Brittany y le apretó el brazo en señal de agradecimiento—Me gusta Quinn. Me estoy comportando como una bruja. En este momento no soy yo.

—No pasa nada. Lo sé—Rachel sonrió.

Brittany oyó un traqueteo detrás de ella y vio a Sue, que se apresuraba a poner en una bandeja las empanadillas que había hecho.

—No lo sabía—dijo—No tenía ni idea de que fuera Santana López o ya habría acabado. Hay que tener cara para venir a hablar de asuntos tan serios un domingo. Me parece de muy mala educación; me cuesta trabajo creer que sea amiga de Quinn.

—Sue, por favor, baja la voz.

—¿Por qué? ¿Ya es de ella la casa?

La mera idea de que alguien pudiera apropiarse de su casa se clavó con tanta fuerza en el cerebro de Brittany que se quedó momentáneamente sin respiración.

—No permitiré que eso ocurra. Esa arrogante…

Brittany supo que López estaba detrás de ella al ver la expresión petrificada del rostro de Sue.

Se volvió con toda la dignidad que pudo, que no era mucha.

—¿Puedo ayudarla en algo?

—Quería disculparme por mi intrusión en su hospitalidad. Esperaba que nos conociéramos todos para poder abordar el trabajo mañana. ¿Hay algo en la lista de expedientes que voy a revisar que usted no entienda?

—¿Qué lis…?—Brittany se aclaró la garganta—No, todo estaba claro.

La mujer entrecerró los ojos ligeramente y Brittany se sintió como un gusano en un palito.

—Entonces, la veré a las nueve, si no es demasiado temprano.

—Suelo levantarme al amanecer—dijo Brittany sinceramente.

Santana López parecía escéptica.

—A las nueve en punto, entonces—miró a Sue, que le ofrecía su bandeja de comida—Eso tiene un aspecto estupendo, pero no hacía falta que se molestara.

—Los Pierce tienen una larga tradición de hospitalidad—repuso Sue—, En cualquier circunstancia.

—No lo dudo—Santana se volvió hacia Brittany con una leve sonrisa—Han llamado por teléfono a su papá, por eso lo he dejado solo.

«Maldita sea», pensó Brittany.

Tenía que entretener a Negra Sombra.

—Le enseñaré la sala de degustación. Tal vez le apetezca empezar la maravillosa comida de Sue con una copa de vino.

—Me encantaría.

«Oh, somos más finas y educadas que nadie», se dijo Brittany.

Pasaron de la cocina a la sala de degustación, y Brittany señaló varios artículos de la tienda: cerámica y textiles locales que llevaban la marca Pierce.

—No sólo vendemos nuestro vino en la sala de degustación. Ello nos permite organizar acontecimientos especiales para compradores, por no hablar de la difusión regional de nuestros viñedos. Hay muchos famosos en esta zona. Somos viticultores de élite gracias a la habilidad de mi padre para mezclar y crear vinos únicos.

—¿Cuál es el precio medio de la botella de vino que venden?

—¿Joven o reserva?

La mirada de Santana se fijó en el rostro de Brittany por unos instantes y, luego, se posó en el bar, donde Rachel hablaba con varias mujeres.

—¿En qué se diferencian?

«No lo sabemos todo, ¿eh?», pensó Brittany.

—El vino de reserva se elabora en cantidades limitadas y vendemos sólo el que queremos. Su valor aumenta cuando los coleccionistas se anticipan a su apogeo. Todos los vinos tienen una gama de variedades en su mejor momento. A veces un vino es reserva desde que abrimos la primera botella—se encogió de hombros—Lo sabemos cuando lo probamos y lo ponemos en reserva porque así sube su valor. Un vino joven es el que se vende en su totalidad, y nadie se sube por las paredes al probarlo. Se consume bien, gusta, pero no vale la pena guardarlo un par de años. Nuestros vinos jóvenes se consideran muy buenos en su gama de precios.

—¿Cuánto?

«Todo gira en torno al dinero», se dijo Brittany.

—De doce a dieciocho dólares la botella. Los reservas empiezan en los treinta y tantos dólares, y suben hasta varios cientos. El más caro, nuestro Syrah del setenta y cuatro, supera los quinientos, y seguirá subiendo durante tres años, hasta que alcance el apogeo.

López asintió.

—El vino favorito de la familia Pierce.
—El de mi año de nacimiento. Papá estaba tan contento que mi mamá decía que apenas hablaba de otra cosa. Cuando yo nací, en diciembre, el nombre del vino para celebrar estaba cantado.

—Bueno, yo fui al colegio y era la única Santana, ya que a mis padres pes gustaba ese nombre por el músico, así que tiene sus ventajas ser la única.

—Podría haber sido peor si le hubieran puesto Riesling o Gewürz—dijo Rachel desde el bar.

Todas se rieron y Brittany esbozó una sonrisa.

Le dolían las sienes a causa del esfuerzo que hacía para mostrarse agradable con alguien que no podía esperar a abalanzarse sobre las debilidades ajenas.

Rescató a Rachel de la tarea de servir vino y ofreció el primer tinto al trío de mujeres. Todas eran monas, rondaban los veintitantos y dos de ellas hacían pareja claramente.

—Nuestro Cabernet del dos mil dos.

Santana López paseaba por la tienda.

De vez en cuando miraba a Brittany, que se sentía molesta e inquieta.

Rachel siguió hablando, y eso también molestaba a Brittany.

No le gustaba la forma en que los ojos de Santana López parecían calcular el precio de la ropa de Rachel.

Les ofreció el Merlot a las tres alegres mujeres y sirvió dos pequeñas copas para acompañar la comida de Sue. Llevó las copas al despacho de su papá y lo encontró mirando por la ventana con gesto pensativo.

—¿Has acabado?

Su papá asintió y tomó la copa que le ofreció.

—Gracias, calabacita.

—¿Por qué no me dijiste que iba a venir?—preguntó Brittany en voz baja.

—No quería que te preocuparas. Has estado muy nerviosa desde que te enseñé la carta.

Olió el aroma del vino, aunque Brittany sabía que ya lo había hecho cien veces.

—Deja que te cuide.

—Tengo que estar al corriente, papá.

Su papá había llevado las cosas durante demasiado tiempo, pensó, y enseguida se consideró desleal. Había gestionado los viñedos durante casi toda su vida y lo había hecho bien.

Brittany no entendía por qué tenían problemas en aquel momento, tan de repente.

—Ésta también es mi casa y mi tierra.

—Estoy seguro de que Santana lo hará bien. Sólo necesita mucha información.

—Enséñame la lista después y ayudaré…—se puso rígida al oír unos pasos que se acercaban—Le diré a Sue que traiga la comida.

—Come con nosotros, calabacita.

—No, estoy atendiendo la sala, papá. Disfruten.

Retrocedió para dejar pasar a Santana López, esperando producir buena impresión.

Aunque sospechaba que no había sido así.

Sue se dirigió al despacho murmurando, mientras Brittany escanciaba el reserva Cabernet Sauvignon.

Había llegado otra pareja, y Rachel hablaba con todo el mundo cuando ella se dirigió a la puerta.




Brittany se sacó las gafas y agradeció la llegada del pleno verano, cuando la esposa de su capataz se encargaba de la sala de degustación.

Apenas se dio cuenta de que López se había marchado mientras ella estaba ocupada, pero lo celebró en silencio.

Ojalá se hubiera ido para siempre.




************************************************************************************************




Resultaba divertido conducir el descapotable de Quinn, pero Santana estaba demasiado preocupada para disfrutar con la conducción.

La carretera serpenteaba entre los descensos y las elevaciones del campo, y le recordaba Bolton Landing. Sabía que su padre aún conservaba la modesta casita del lago George, pero hacía años que no iba ahí.

Décadas.

Se dio cuenta demasiado tarde de que no había girado a tiempo y de que estaba en una carretera secundaria que conducía a otro viñedo. Ya había visto más de lo que quería para un solo día, pero, cuando frenó en el pequeño aparcamiento, la vista era tan agradable que la contempló durante unos minutos.

En la ladera que se extendía a sus pies, verdes desenfrenados dejaban paso a pinceladas de oro. Se imaginó, sólo durante un instante, que el campo contenía el aliento y se preparaba para la explosión del verano.

Veía fundamentalmente uvas, pero también había árboles, y los rayos del sol centelleaban de cuando en cuando sobre aguas en movimiento. El sonido de un riachuelo la alejó de los pitidos de los taxis y del bullicio de los negocios, pero no podía olvidar dónde estaba su hogar.

Debía hacer una docena de llamadas y no entraba en su agenda perder el tiempo contemplando uvas.

No quería abandonar aquella vista, el sol.

Le ayudaba a no pensar en Elaine, en Elaine seduciendo a Emily, ni en la perspectiva de un trabajo muy desagradable en el asunto Pierce.

Eliminó el parpadeo de los ojos de Brittany Pierce de su recuerdo.

Sospechaba que la verdadera tragedia consistía en que Anthony Pierce era un hombre dulce y amable, incapaz de encontrar su talonario de cheques aunque lo tuviera clavado en la frente.

Estaba segura de que su examen de los libros y los estadillos bancarios demostraría que el viñedo había sobrevivido en manos de Pierce gracias a que no habían suscrito grandes préstamos. El reciente flujo de dinero en efectivo seguramente había dado lugar a gastos y créditos imprudentes.

Lo había visto cientos de veces.

Y, por desgracia, sabía cómo acababa la historia.

Sin embargo, revisó su opinión sobre Brittany Pierce. No era una debutante, aunque no estaba acostumbrada a afrontar las duras realidades de la vida.

Su jornada de trabajo empezaba a mediodía y, aún así, apenas llegaba a tiempo.

Su amiga Rachel, a pesar del afecto que le había demostrado a Quinn, había flirteado con las mujeres del bar, a lo cual debían de dedicar las dos gran cantidad de tiempo, a flirtear en los bares.

Le recordaban demasiado a Elaine: bares diferentes, mujeres diferentes, pero la misma carencia de dirección y de ambición.

Molesta por su desenfoque momentáneo, encontró el camino de vuelta a la carretera y siguió las indicaciones de Quinn para enlazar con la autopista.

Estaba atestada con el tráfico del fin de semana, pero sólo le quedaban unos kilómetros. Sabía que en aquellas salidas había carreteras privadas que conducían a fincas aún más privadas.

En algún lugar de la zona, un tío de Elaine tenía un «sitito» de varios miles de hectáreas y, entre las cosas que atesoraba, había una colección de coches que envidiarían la mayoría de los museos.

Le gustaba el dinero que había ganado, pero esperaba sinceramente, después de ver el mundo de Elaine por dentro, no llegar a tener tanto como para pasarse la vida viajando de un lado a otro para ver sus cosas.

No sabía por qué estaba pensando en Elaine.

Dejó atrás el lento tráfico de la autopista y tomó otra carretera secundaria que pasaba ante las salas de degustación de bodegas cuyos nombres reconoció, como Glen Ellen y Mondavi. Giró hacia el oeste y abandonó el pequeño pueblo.

La temperatura descendía bajo los árboles.

Dobló rápidamente a la derecha y pasó ante el minúsculo letrero en el que se leía: «Netherfield».

El camino tenía grietas y discurría entre más árboles: ahí incluso el coche sonaba amortiguado.

Quinn le había explicado que la casa tenía unos doscientos años de antigüedad, pero poseía una estructura sólida, aunque necesitaba profundas reformas. Parecía uno de aquellos lugares en los que heroínas vehementes se desmayaban en los brazos de héroes de dudosa moral.

La sombra de un antiguo roble, rodeado en su base por bancos de cemento, hacía descender la temperatura varios grados en la parte posterior de la casa. Tres hombres, apiñados en la piscina vacía, hablaban sin duda del equipo desplegado en el fondo.

Santana no sabía cómo había encontrado Quinn a gente dispuesta a trabajar en domingo, pero la perspectiva de bañarse una tarde tranquila resultaba muy atrayente.

Aparcó el coche, molestando al gato de ojos amarillos que dormía la siesta en un rincón del garaje. Con las llaves de Quinn en la mano, cruzó el mal pavimentado camino que conducía a la casa.

Comprendió por qué el lugar le había llamado la atención a Quinn, pero quedaba mucho trabajo por hacer.

Se abrió una puerta con un sonoro crujido y Santana se volvió, esperando ver a Quinn, pero el cabello era ligeramente más claro y vas bajita.

—¡Santana! ¡Cariño!

Le devolvió el abrazo a Kitty con ternura, pero lo lamentó enseguida, cuando las manos de Kitty se extendieron demasiado sobre su trasero.

—No tenía ni idea de que Quinn te esperara.

—No me esperaba. Pero, en cuanto recibí su nota sobre la casa y me dijo que habías venido a explorarla, me di cuenta de lo aburrida que resulta Santa
Mónica y me vine al norte.

Kitty cogió a Santana del brazo cuando entraron en la casa.

—¡Qué sitio tan estupendo!

—Estabas diciendo que era una ratonera—dijo Quinn desde la mesa de la cocina—Te has tomado tu tiempo, San.

—No creí que me recibieran tan bien. Tienen cocinera y todo.

Quinn alisó el periódico que tenía delante.

—Necesito una cocinera, un mayordomo, un amanuense o algo.

—O lecciones de cocina—observó Santana.

—Esta mañana he hecho galletas rellenas.

Kitty se sentó a la mesa y tomó una copa de vino.

—¿Has comido, Santana?

Kitty agitó el líquido en la copa con gesto ocioso y Santana recordó el vino que Brittany Pierce le había servido.

Era indiscutiblemente bueno, y escuchar cómo Brittany hablaba a los clientes de las piernas, el color, la luz y los frutos de su vino había resultado muy educativo.

—Sí, y muy bien.

Kitty hizo un mohín.

—Puedes llevarme a cenar, ¿verdad? Quinn se queda aquí. Está esperando a una tal Rachel no sé qué.

—He visto a Rachel en casa de los Pierce.

Quinn alzó la cabeza.

—¿Sí? ¿Qué te dijo?

Santana no quería decir que Rachel había estado flirteando y sirviendo vino a tres mujeres muy monas.

—Poca cosa. Estaba ocupada.

—¿Tenía buen aspecto? ¿Estaba bien?

Kitty se quejó:

—Lo único que he oído desde que llegué es Rachel esto y Rachel lo otro.
¿Quién es esa mujer?

—Una artista—respondió Quinn.

—También se dedica a la jardinería—explicó Santana.

—¿Una arquitecta del paisaje? Bueno, Quinn, claro que puedes utilizar a alguien de aquí.

—No—corrigió Santana—Lo suyo es la jardinería.

—¿Planta… hierba?

—Es una artista—repitió Quinn—Santana, ahora que has visto la finca de los Pierce, Rachel trabajó mucho para ellos. La considero una artista de arriba abajo y no me importa que se gane la vida con las manos—suspiró—Quiere monopolizar sus manos el resto de mi vida.

—¿Cuánto tiempo lleva así?

Kitty frunció el entrecejo y miró a Santana:

—Yo llegué ayer.

—¿Quieren dejar de comportarse como si estuviera loca?—Quinn arrojó el periódico sobre la mesa—Ninguna de ustedes tiene idea de lo que es sentir esto. ¡No tienen corazón!

Salió como un rayo, dejando a Kitty atónita ante Santana.

—¿Hormonas?

—Apuesto a que Rachel desata algo hormonal, sí—comentó Santana.

—Esa mujer parece muy poco recomendable.

Santana estaba de acuerdo, pero no quería decirlo.

Había aspectos de Kitty que no le gustaban, y ver que coincidían acerca de la vida amorosa de Quinn resultaba inquietante.

No le molestaba el trabajo de Rachel. Sólo tenía dudas de que Quinn fuera para ella algo más que una aventura.

—Tendremos que dejar que decida Quinn.

Kitty se encogió de hombros.

—No ha parado de hablar de las mujeres de por aquí. ¿Son como ella dice?

La noche anterior Santana no lo creía, pero, sinceramente y haciendo justicia a los ojos de Brittany Pierce, tuvo que decir:

—Algunas sí.

—Bueno, entonces llévame adonde pueda ver lo que hay. Doy por supuesto que tú… no estás disponible—Kitty arqueó una ceja.

—Elaine y yo hemos roto.

—Me lo contó Quinn. Lo siento mucho.

Santana se rió.

—No, no lo sientes, y yo tampoco.

Kitty soltó una risita.

—Hay un restaurante que se llama Lavandería Francesa. Vayamos a cenar.

—He oído hablar de él—dijo Santana—Y no creo que entremos sin más ni más.

—Podrías comprarlo, y estoy segura de que nos darían una buena mesa.

—¿Y qué hago yo con un restaurante?

—Darme de comer. He tenido un vuelo horrible hasta ese minúsculo aeropuerto y menos mal que conseguí un coche de alquiler.

—A mí me dijeron que no me podían dar uno hasta esta noche, así que has tenido suerte—Santana le sonrió con indulgencia.

Había muchas cosas de Kitty que le gustaban, sobre todo que admitiera los apetitos animales sin problema y que no ocultara cómo los satisfacía.

—Muy bien, te daré de comer. Pero déjame que hable con Quinn.


Encontró a Quinn en el gran salón, peleando con el papel pintado.

Al día siguiente por la mañana acudirían los pintores. Santana se encargaría de atenderlos mientras Quinn iba a trabajar a San Francisco.

Debían retirar el papel, pero Quinn había empezado la tarea por su cuenta, valiéndose de las uñas.

Estaba escarbando otro trozo cuando Santana le sujetó la mano.

—Te vas a estropear la manicura.

—No me importa.

—No estás en tus cabales.

—Como si no lo supiera. ¿Quieres creer que estoy asustadísima? No sé qué me pasó cuando la vi. Al principio creí que era sólo lujuria, pero me siento…—cerró los ojos enrojecidos—Me siento de maravilla cuando estoy con ella. Toda esa mierda ñoña y emocional de las películas de segunda fila: así es cómo me siento—una sonrisa se superpuso al dolor y a las lágrimas—Me encanta sentirme así.

—Son muy distintas.

—Oh, no vuelvas a empezar con su trabajo…

—No me refiero a eso. En la bodega parecía muy contenta hablando con las mujeres que estaban ahí. No quisiera que perdieras la cabeza y vieras que no va en serio.

—Oh—Quinn estrujó el papel pintado—Bueno, gracias. Estoy segura de que se trataba de algo inocente y de que ella va en serio. Pero agradezco que te preocupes por mí y me lo cuentes. Oye, llévate a Kitty, ¿quieres?

—Con mucho gusto—dijo Santana—Necesito aire fresco. Tenías razón en lo que dijiste del señor Pierce.

—Adorable, ¿verdad?—Quinn sacudió las manos—¿Y la joven Pierce? ¿Cómo es, vista de cerca?

—¿De quién están hablando?—Kitty apareció en la puerta y Santana apreció enseguida su innegable elegancia.

—De Brittany Pierce. Tiene unos ojos magníficos—Quinn miró a Santana con gesto burlón—¿No te parece?

Santana estuvo a punto de hacer un chiste, pero algo la obligó a ser sincera.

—Me habrían parecido bien si no tuviera resaca.

Pensó en su expresiva profundidad, en los cambiantes tonos de azules a celestes y en la certeza de que ella era la última persona sobre la tierra a la que quería ver Brittany.

—Me habrían parecido muy bien.

—Vaya—dijo Kitty, en cuyos ojos brillaba la curiosidad—Me muero de ganas de conocer a Brittany Pierce y sus bonitos ojos.

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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo

Mensaje por Susii Sáb Ene 09, 2016 8:09 pm

No entiendo que va a hacer Santana! D: fue a ayudar? O no? D: porque Brittany no la quiere ver?:/ no entieeeendo :'ccc
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ene 09, 2016 8:24 pm

No lo puedo creer como dicen del amor al odio solo hay una paso, o viceversa y ese es el caso que nos ocupa, hay muchas malas vibras entre las brittana, habra que hacer algo. saludos
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Mensaje por micky morales Sáb Ene 09, 2016 8:54 pm

ok hay dudas a mi alrededor, que pitos toca kitty ahi, no veo como podrian acercarse san y britt si se caen tan mal, Brittany parece detestar a santana, y santana fue a ayudar a los pierce o a hundirlos?????
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Mensaje por 23l1 Sáb Ene 09, 2016 11:31 pm

Susii escribió:No entiendo que va a hacer Santana! D: fue a ayudar? O no? D: porque Brittany no la quiere ver?:/ no entieeeendo :'ccc


Hola, ajajjajaa ni yo XD jajajajaajajaj mmmm creo que las dos xD jajajjaajajajja. No le simpatiza... lo cual es imposible, no¿? jajajjaaj. Esperemos y este cap nos aclare mas. Saludos =D




marthagr81@yahoo.es escribió:No lo puedo creer como dicen del amor al odio solo hay una paso, o viceversa y ese es el caso que nos ocupa, hay muchas malas vibras entre las brittana, habra que hacer algo. saludos



Hola, jajajaja toda la razón con esa frase, toda la razón XD jajajajajajajaaj. Jajajajajaja sip, algo tiene que pasar, osea imposible que haya mala onda entre ellas jajaajja. Saludos =D





micky morales escribió:ok hay dudas a mi alrededor, que pitos toca kitty ahi, no veo como podrian acercarse san y britt si se caen tan mal, Brittany parece detestar a santana, y santana fue a ayudar a los pierce o a hundirlos?????




Hola, jajajajajaajaj nose ni quien la llamo la vrdd ¬¬ Jajajajajaj XD si es vrdd xD jaajajajaja. Mmmm creo que ni ella lo sabe XD ajajajajaj. Saludos =D



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Finalizado FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Cap 6

Mensaje por 23l1 Sáb Ene 09, 2016 11:34 pm

Capitulo 6



—Tal vez sea el medidor.

Brittany resistió la tentación de darle una buena sacudida al artefacto.

—Deberíamos probar otra vez.

Finn llenó otra tacita de plástico del barril en cuestión mientras Brittany colocaba el medidor de pruebas.

—Estamos bajos en bacteria ácido láctica.

—Estamos bajos en todo, no sólo en ácidos reactivos. Al final del día confío en saber qué debo pedir para la vendimia.

Como siempre, Brittany mojó la tira de pruebas en el líquido rosado, probó el vino sin tragarlo y lo escupió en la taza.

No tenía el paladar de su papá, pero estaba aprendiendo.

Con todo, su boca no le indicaba que la uva Zinfandel del año anterior se estaba desestabilizando, pero el medidor sí.

—¿Problemas, calabacita?

Finn sacó otra taza y Brittany observó cómo su papá evaluaba el líquido.

—Hay que ponerle bacteria ácido láctica hoy.

—Estamos bajos en ella.

—Perderemos el barril—dijo su papá—Éste es el más próximo al sol de la mañana y siempre ha dado problemas con la estabilidad, pero puede causar complicaciones. No tardará mucho. La levadura natural ya ha hecho su trabajo.

Brittany torció el gesto ante el medidor, que confirmó lo que había dicho su papá. La bacteria ácido láctica bajaría el pH creciente, pero tendría que recurrir a la ayuda de su papá para hacer la fórmula.

Aún no sabía esas cosas.

—Veré lo que hemos conseguido y se lo comunicaré—dijo Finn.

Brittany hizo un gesto de agradecimiento.

Eran afortunados al contar con la experiencia de Finn y no la alegraba saber que uno de los grandes negocios había intentado pretenderlo.

No podían competir con nada que no fuera su encanto.

—Te lo agradezco.

—No hay problema. Tengo que entrar a saludar a Sue.

—Esta mañana hay tostadas con queso—dijo el papá de Brittany.

—Ya me voy.

Finn los dejó junto al granero de fermentación más grande.

—Esa mujer llegará a las nueve—comentó Brittany—Quiero que me dejes ordenar las cosas.

—Creo que ya me las arreglo yo. Es hija de Alfonso de los pies a la cabeza; tiene su humor seco.

«Cierto, queda muy poco azúcar en ella», quiso decir Brittany.

—Bueno, estoy aquí y también he ido a la universidad.

—Preferiría que dedicaras el tiempo a conocer los barriles.

—Yo también. Ojalá fuera eso todo lo que necesitáramos para llevar la bodega, pero debemos dinero a la gente.

Su papá le dedicó una de sus frustrantes y alegres sonrisas, y preguntó:

—¿Cómo te supo éste?

—Demasiado ácido cuando se asiente. A veces pasa con las uvas Delaware.

La sonrisa de su papá se ensanchó.

—¿Cómo supiste que había Delawares ahí?

—¿No las hay?—repasó la complicada acidez del vino con la lengua.

Su papá asintió.

—Sólo lo sabemos Finn y yo, y algunos temporeros que ayudaron a cargar la trituradora ese día. Esas uvas tenían los ácidos correctos del último momento. Éste es el único barril para el que hice una mezcla y va a ser un reserva.

Brittany, contenta consigo misma, añadió:

—Tiene un matiz alsaciano y me pareció más rosada que una Zinfandel pura.

—Excelente. ¿Algo más?

—Cuando hayamos tratado el ácido, tendrá un intenso sabor sin ser mantecoso. Picante sin el ácido.

—Muy bien, calabacita.

Brittany sintió una oleada de placer.

—Ah, le he dicho a Finn que no creía que se hubieran colocado las tapas de la fila de arriba en la última ronda. Fila cuatro, las uvas Pinot.

Su papá frunció el entrecejo y se dirigió a la escalerilla.

—Lo comprobaré y haré lo que sea necesario.

—Papá, deja que Finn envíe a alguien a hacerlo.

Vio cómo su papá trepaba por la escalerilla y quiso decir: «Yo ya no soy una niña pequeña y tú ya no eres un jovenzuelo», pero discutir con su papá era inútil.

No oía lo que no quería oír.

—Papá, por favor.

—He hecho esto un millón de veces y no me pasará nada—asomó la cabeza por el tercer nivel del andamio—Llevo el cinturón de seguridad.

—Bueno, algo es algo—murmuró Brittany para sí.

Luego, con un sobresalto, se dio cuenta de que no estaban solos. El chorro de luz que se filtraba por la puerta abierta le indicó a quién pertenecía la silueta.

—Señorita López.

La mujer se movió y Brittany vio su rostro, sereno y anguloso.

—Por favor, llámame Santana. Llego pronto, lo siento. Creí que el tráfico sería como el de ayer.

—Los lunes por la mañana es mucho mejor. No necesita ir por la autopista.
Le dibujaré un mapa que va desde aquí a Netherfield por carreteras secundarias.

—Te lo agradezco.

Reinó entonces un silencio incómodo, que Brittany rompió con un nervioso ofrecimiento:

—¿Ha desayunado? ¿Le prepara algo Sue?

—Cuando nos pongamos a trabajar, reconozco que me vendría bien un café.

Santana se acercó a Brittany, mirando los barriles.

Brittany se fijó en que Santana llevaba vaqueros, planchados y nuevos, con una camiseta azul marino de manga de algodón, no de seda. Sin duda había comprado las prendas en una de las boutiques de la zona de lujo de Napa. Los mocasines, informales, pero nuevos, no le daban la altura de los zapatos de salón Vogue, pero aun así era como mínimo cinco centímetros más baja que Brittany.

Tal vez diez, pensó Brittany.

—¿Le gustaría empezar?

—No quiero apartarte de tu trabajo. En realidad, pensé que podrías enseñarme algo sobre el proceso para que sepa qué debo preguntar.

—Se habían olvidado de casi todos. Dile a Finn que ya están las tapas. Sólo me queda uno.

—¿Alguien retiró las tapas?

Santana tocó el barril que tenía al lado y deslizó los dedos sobre la áspera superficie de roble.

—No, las tapas son los tallos, las pieles y restos de uva que flotan durante la fermentación. Resultan esenciales para el sabor, por eso hay que hundirlas en el vino de vez en cuando. Es más, si están en la superficie demasiado tiempo, pueden iniciar su propio proceso de deterioro, y no queremos añadir eso a nuestro vino.

Brittany miró hacia arriba con gesto nervioso cuando su papá empezó a descender por la escalerilla.

—Perdona mi ignorancia, pero veo poleas y los barriles parecen movibles.
¿Por qué no los bajan para comprobarlos?

—Muchas bodegas lo hacen—explicó Brittany—Nosotros preferimos no moverlos, porque se pueden agitar los sedimentos. En esos barriles están algunos de nuestros vinos más delicados.

—Claro.

—Estoy segura de que se gana tiempo moviendo los barriles.

No quería parecer como si estuviera a la defensiva.

—Es posible—Santana se encogió de hombros—¿Cuántos edificios como éste hay?

—Tenemos otros siete como éste: uno de piedra para los tintos más lentos y dos completamente automatizados para los blancos de estación. No somos productores a gran escala, aunque cosechamos muchas uvas.

—Por los documentos que he leído, me sorprende ver que el beneficio mayor se obtiene de la venta de uvas, no del vino.

—Por eso somos un viñedo, señorita López.

El papá de Brittany se limpió las manos en los pantalones caqui.

—Las uvas Pierce son una leyenda. Tenemos una parte en el noventa por ciento de los vinos premiados todos los años.

Brittany quería decirle a su papá que no le contara a aquella mujer con tanto poder sobre su futuro que sus competidores saltarían a la menor oportunidad para comprar sus viñas.

—¡Qué interesante!—exclamó Santana—¿Cómo funciona eso? ¿Por qué otras bodegas necesitan sus uvas, quiero decir?

—No todas tienen uvas Zinfandel de viñas centenarias. Nuestra tierra, por encima de los doscientos metros, se extiende hasta Honeysuckle Figgins y tiene una base de arcilla y humus. A la altura de doscientos metros se asienta sobre más gravilla, lo cual da un intenso sabor a nuestra Syrah…

Brittany los contempló mientras iban hacia la casa, dividida entre la admiración ante el porte de su papá y al pesar de ver que siempre era demasiado confiado.

Finn llevó la cuenta de los productos químicos, y Brittany sabía que no tardarían mucho en tener que pedir calcio, dióxido de azufre… La lista seguía interminablemente, y eso sólo para tratar vinos en fermentación o que estaban envejeciendo en barriles.

También recordó que era hora de embotellar una fila entera de nobles toneles, lo cual significaba un pedido de botellas de cuello largo para los vinos de postre.

Le daba miedo gastar un centavo, decirle algo a Santana López y acabar con nada.



A las nueve y media ya no pudo aguantar más, dejó la comprobación de barriles y fue a la casa para ver cómo le iba a su papá.

—Bueno claro que no sé nada—dijo Sue—No me dice ni una palabra, aunque sabe lo que me fastidia tener que andar con suposiciones.

—Al menos sabes tanto como yo.

Brittany hizo una pausa para finalizar la tostada de queso. Estaba a punto de irrumpir en el despacho cuando el ruido de un coche, claramente audible, interrumpió la tranquilidad de la mañana. Poco después, un sencillo sedán subió por el camino.

Brittany observó con curiosidad el sedán que entraba en su pequeño aparcamiento. Sin embargo, no había nada sencillo en la mujer que salió del coche y que miró a su alrededor como si estuviera confundida.

Brittany suspiró y salió a ofrecer su ayuda.

—Estoy buscando a Santana López—se apresuró a decir la mujer y tendió una mano perfectamente cuidada—Soy Kitty, la hermana de Quinn. Tú debes de ser Brittany.

Brittany se dio cuenta de lo áspera que parecía su mano en comparación con la delicadeza de la de Kitty y se limitó a asentir.

—Está dentro. Si quiere le indico dónde. ¿Le apetece tomar un café?

—Oh, no puedo. A Santana no le gustaría que me quedara por aquí.

Kitty parecía, aunque resultara increíble, aún más femenina y chiquitita que Quinn, y su parecido se acrecentó al hablar.

—Dice que distraigo mucho.

Brittany, sin saber muy bien qué decir o qué pensar de aquello, abrió el camino.

No dedicaba mucho tiempo a preocuparse por la moda, pero entre Quinn y Kitty se sentía como una verdadera antigualla. Unos vaqueros, una vieja camiseta sin mangas y unas botas aún más viejas eran su atuendo diario.

Por alta costura entendía una camisa sin anuncios.

El sábado por la noche había sido la primera vez en años que se sentía atractiva e interesante para otras mujeres. Sus numerosas compañeras de baile habían contribuido a incrementar su ego.

—Te has dejado el móvil y hace una hora que está sonando.

Kitty se lo entregó a Santana, que lo abrió con una expresión de fastidio.

—Gracias.

Tras una breve pausa, Santana cerró el teléfono y se levantó para hacer las presentaciones. Después de los saludos y los apretones de manos, añadió:

—Voy a estar aquí casi todo el día, Kitty.

—Estupendo. Yo regresaré a esa tienda en la que estuvimos anoche y, luego, creo que me dejaré caer por ese sitio de la Lavandería a ver si hay mesa para esta noche.

Brittany reprimió un bufido.

Genial.

La Lavandería Francesa admitía reservas con dos meses de antelación y a los diez minutos de sonar el teléfono por las mañanas ya tenían el día completo.

Napa estaba lleno de ricos y famosos, sobre todo durante el verano, y nunca había sabido de nadie que consiguiera una mesa al momento.

Se fijó en cómo movía Kitty Fabray los hombros mientras hablaba con Santana; ladeaba la cabeza y sus largos pendientes dibujaban la línea de su cuello.

Era sensual, y Brittany sabía que Santana López tenía una invitación preferente para darle un mordisco a la manzana invisible que ofrecía Kitty.

Por su parte Santana era mucho más sutil, aunque Brittany no dudaba de que consideraba atractiva a Kitty.

Santana esbozó una sonrisa asombrosamente indulgente, mientras su mirada recorría la línea del cuello de Kitty.

Ambas necesitaban una habitación.

Brittany se recordó a sí misma que Netherfield tenía docenas de habitaciones, por fortuna para ellas.

—Muy bien, me quitaré de en medio—dijo al fin Kitty, y Brittany se ofreció a acompañarla hasta el coche.

Al cruzar por la sala de degustación, Kitty se detuvo ante los Riesling.

—Brittany, ya sé que es muy presuntuoso por mi parte, pero ¿podría llevar una botella de vino para después?

—Claro—respondió Brittany automáticamente—¿Qué has pensado?

—Este Riesling seguro que es perfecto, bien frío, para un picnic.

—Maravilloso para beberlo al aire libre.

Kitty se puso colorada.

—Estaba pensando en un picnic bajo techo.

Naturalmente, quería decir Brittany.

—Seguro que éste es perfecto. Fuerte, con mucho tanino para ser un vino blanco. Deja un excelente sabor.

—Como las mejores cosas de la vida.

Brittany se rió; en realidad, soltó una risita.

Las dos parecían dos chicas haciendo bromitas sobre sexo mientras Kitty lanzaba miradas traviesas a la puerta cerrada del despacho.

—Me parece que te traes algo entre manos.

—Bueno, eso espero. Aceptan tarjetas de crédito, ¿verdad?

Brittany envolvió el vino sonriendo.

—Sí, pero ésta es a cuenta de la casa. Bienvenida al vecindario.

—¡Oh, qué detalle!—Kitty tomó la botella envuelta y le dedicó una cálida sonrisa a Brittany—Mi hermana ha estado hablando todo el tiempo de lo maravillosas que son aquí las mujeres, y veo que tenía motivos. Si se fija en el tipo de mujer adecuada, me alegraré por ella. A Quinn siempre le han gustado trabajadoras y artistas, así que seguro que no durará mucho.

Brittany logró mantener la sonrisa, a pesar de que se sentía herida.

La despidió con un gesto de la mano, ya que Kitty y ella acababan de sellar la mejor de las amistades. Le costó un enorme esfuerzo no convertir la despedida en un gesto con un solo dedo.

Bajó la mano y dijo entre dientes:

—¡Bruja!

Todas aquellas forasteras eran unas brujas que se creían que lo sabían todo sobre ellas.

Veían a Rachel como a una estúpida y la consideraban inútil porque trabajaba con las manos para vivir.

¿Y qué pensarían de ella, por extensión?

Quinn era una cabeza de chorlito, que buscaba a una lesbiana caliente para acostarse con ella, y aquella Kitty, ¡menudo elemento!

Santana López y ella eran tal para cual.

No se acercó al despacho durante el resto del día.

No podría aguantar otra mirada de desprecio de Santana López.





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—Muy bien, tienes que decirme cómo lo has conseguido.

Santana tomó el pesado menú que le ofrecía el camarero y le dio las gracias.

—Me costó dos días.

Kitty se inclinó hacia delante; sus hombros brillaban bajo la luz de las velas.

—Me alegro de que encontraras tiempo para mí.

—Quiero acabar y volver a Nueva York.

La mirada de Santana se paseó sobre el menú. La sopa de espárragos con jarabe de trufas negras le llamó la atención.

—Desapareces por la mañana para hablar por teléfono y vuelves de noche llena de la comida de otra mujer.

—La comida de Sue malcría a cualquiera.

—¿Seguro que no hay otros atractivos?—Kitty deslizó un dedo ocioso sobre el cuello.

—¿A qué te refieres?

—Bueno, ya he visto sus ojos. Si la chica fuera mi tipo, no me importaría contemplarlos durante horas.

—No hablamos de nada. Trabajo con su papá.

—Trabajo, trabajo, trabajo. Te pasas la mitad de la noche despertando a pobres desgraciados de otras partes del mundo. ¿Quién es Emily y por qué hablas tanto con ella?

—Es una colega y necesita charlar con alguien.

No pensaba hablar de Emily o de Elaine con Kitty.

—Aún no me has contado cómo conseguiste esto. Yo llamé, pero no logré nada.

Kitty se reclinó en la silla con aire complacido.

Resultaba imposible no ver el acogedor hueco entre sus pechos cuando se movía.

—Bueno un anuncio solicitando una reserva para la Lavandería Francesa en eBay. Alguien renunció a su reserva a cambio de una compensación.

Santana se rió.

—¡Qué ingenioso y qué típico de ti! El menú parece maravilloso, pero no hasta el punto de merecer semejante extravagancia.

—La mirada de tus ojos en este momento, eso es lo que quería, no la comida.

Santana se obligó a estudiar el menú.

—Me apetece el salmón rey fresco.

—¿Por qué haces eso?

—¿Qué?—levantó la vista.

Había una implícita invitación en la expresión de Kitty, pero también un ligero fastidio.

—Cada vez que digo algo íntimo, me esquivas.

Sorprendida por la sinceridad de Kitty, Santana dijo:

—Tal vez quiera evitar la intimidad.

—Sé que Elaine tiene muchas cosas que yo no tengo.

—-Cierto.

Kitty suspiró, desesperada.

—Realmente sabes herir a una chica.

Santana frunció el entrecejo mientras jugueteaba con el cuchillo.

—No te entiendo. Me limité a estar de acuerdo contigo, con toda sinceridad.

—A veces una chica no desea sinceridad.

—Si te miento en algo tan trivial, ¿cómo podrás creer que te digo la verdad cuando se trata de algo importante? Elaine tiene cosas que tú no tienes.

Kitty respiró a fondo y Santana lamentó al instante su falta de claridad.

—Kitty, lo siento. La mayoría de las cosas que tiene Elaine y tú no son buenas. Tú eres mucho más agradable que ella.

—Oh—el labio inferior de Kitty tembló—Creí que te referías…

—Es hermosa—Santana se encogió de hombros—No te voy a mentir en eso. Tú también lo eres. Ese vestido me parece un crimen andante.

—Pensé que no te habías dado cuenta.

—Me fijé en cuanto bajaste las escaleras. Elaine es hermosa como una navaja. Tú eres hermosa como el vino que abriste anoche. Cálida y luminosa.

Kitty se rió y recuperó su talante sensual.

—Oh, ¿y me cuelo igual de bien?

Santana soltó una carcajada y se alegró al ver de nuevo al camarero.

Hablaron de lo que habían elegido y, como siempre, a Santana le gustó que Kitty supiera exactamente qué quería y cómo disfrutarlo.

—¿Langostinos tigre con salsa tártara? Me apetecen esta noche—Kitty miró al camarero—¿Nos recomienda alguna cosecha de Pierce para el plato principal?

Santana pensó que, como siempre ocurría con Kitty, había un momento en que no sabía si era encantadora o si se limitaba a ser la Kitty que combinaba el encanto con un toque de maldad.

¿Sospechaba Kitty que el asunto Pierce le resultaba doloroso?

Le caía bien el anciano, de verdad, pero no había dinero para sacarlos de apuros.

El vino se eligió sin intervención de Santana, que decidió que Kitty quería ser agradable, no fastidiar.

—Ese vestido es un verdadero crimen andante.

—Tiene sus secretos. Si muevo el hombro izquierdo así…—Kitty hizo una pequeña demostración—, El vestido podría acabar en mis tobillos, ¿y no sería una vergüenza?

—No creo que le importara a nadie con ojos.

—¿Y a ti?

—Aprecio la belleza y el arte.

Santana se dio cuenta de que no era lo que esperaba Kitty, pero lo dejó pasar.

La comida estaba riquísima y muy bien presentada. El placer de Kitty ante la comida resultó tentador, como siempre.

Compartieron sabores e historias de amigas comunes, y Santana incluso le contó a Kitty cómo había utilizado Elaine la ensalada en su última cita.

Estaban acabando el Cabernet Sauvignon Pierce de quince años cuando el camarero retiró los primeros platos.

—No soy una gran bebedora de vino—confesó Santana—, Pero con éste noto la diferencia.

—¿Comparado con el vinillo de anoche? Estaba bien, pero sí, éste es de otro nivel.

Kitty alzó la copa medio llena ante la luz de las velas y el intenso color cereza burdeos desplegó múltiples matices de rosas y rojos.

—Aunque no tengo nada que agradecerle a Brittany Pierce.

—¿Por qué no?

—Como si no lo supieras. No parabas de hablar de sus preciosos ojos.

—No es cierto.

Kitty bebió lentamente sin apartar la vista del rostro de Santana.

—Hace diez años, como mínimo, que te conozco, y nunca habías dicho una palabra sobre los ojos de ninguna mujer. Así que mencionarlos equivale a escribir una carta de amor.

—¿Nunca hablé de tus ojos?

«Cuidado, Santana », dijo una vocecilla, pero el vino tenía algo que apagó la cautelosa voz.

—No soy poeta. Ahora mismo no se me ocurre otra palabra que verdes, pero son de un verde encantador. No se lo digas a Quinn: me gustan más tus ojos que los de ella.

Kitty parpadeó.

—No juegues conmigo, Santana. Creí que habíamos acordado ser sinceras, aunque no nos gustase la verdad.

—Soy sincera.

—Creo que, si nos concedieras una oportunidad, tal vez descubrirías que no sólo busco cumplidos y que no tienes que estar achispada para hacerlos.

¿Estaba achispada?

Miró su copa de vino y se preguntó si tendría más contenido alcohólico del que había previsto.

Al alejarla de la vela, los intensos rojos parecían casi azules y le pareció ver un destello más oscuros.

Bonitos ojos.

Debería decirle a su papá que tenía razón en lo de la niñita que de mayor se parecería a Heather Morris.

—Creo que estoy borracha.

—Quizá no estés borracha, pero te acabas de poner colorada.

—Debe de ser el regusto picante.

—En unos días habrás aprendido todo el argot.

Kitty no sonreía.

El postre, una delicada crema de caramelo tostado con albaricoques cocidos en vino blanco, casi se derritió en la boca de Santana.

Sí que estaba achispada y demasiado pendiente de los innegables encantos de Kitty.

Kitty no era un ángel, pero tampoco merecía que la utilizara, porque se había dado cuenta, de pronto, de lo mucho que hacía que no sentía el cuerpo de una mujer contra el suyo.

Elaine había sido audaz y Santana sospechó que Kitty no era tímida.

Kitty había dejado claro que no quería que Santana cediera.

—Caminemos—sugirió Kitty—No creo que ninguna de las dos debamos conducir ahora mismo.

La mano de Kitty se posó, cálida y familiar, sobre la camisa de seda de Santana.

La pequeña plaza de Yountville no estaba lejos, pero la mayoría de las tiendas ya habían cerrado. Las calles se sumían lentamente en el silencio.

—¿Cuánto tiempo piensas quedarte?

Kitty se detuvo para contemplar objetos de cristal artesanos en un escaparate.

—En la bodega, sólo un día más. Luego haré el informe para el juzgado.

—Entonces, te marchas a casa.

—Tengo que volver, aunque con las conexiones inalámbricas y por satélite nadie me echa de menos. Como has observado, hablo mucho por teléfono.

—Will Schuester quería que abordara su propuesta de fusión, pero podía hacer sin problemas la mitad del trabajo de análisis junto a la reluciente piscina durante uno o dos días. Los miembros de su equipo sabían dónde estaba y el elemento fundamental era la larga conversación que mantenía a las siete de la mañana con las reinas de la administración.

—Prefiero pensar que te quedas por el paisaje.

Kitty se apartó del escaparate y su ceñido vestido de seda se deslizó un poco sobre su hombro izquierdo.

Diablos, pensó Santana, demasiado tarde, porque Kitty se había puesto de puntillas y atrajo a Santana para darle un beso tan ligero y embriagador como el vino de la cena.

Cuando Santana pudo hablar, unos minutos después, trató de buscar motivos.

—No quiero engañarte, Kitty. No sería justo.

—Esta noche no me importa lo que pase mañana.

—Mañana te importará el mañana.

La seducía la curva de sus hombros.

La mano de Kitty se deslizó por la nuca de Santana.

—Bésame otra vez.

Resultaba irresistible, aun cuando Santana sabía que era un error volver a besarla, besarla mientras se dirigían lentamente al coche de alquiler, besarla dentro del coche.

—Santana.

El leve gemido de Kitty prendió en la boca de Santana y el beso se llenó de fuego y pasión.

—Hace mucho tiempo que te deseo.

Santana no podía decir: «Yo también», porque no era cierto.

Pero dijo la verdad:

—Lo sé.

—Tócame.

—Kitty, no deberíamos hacer esto.

—No me importa.

El beso siguiente magulló los labios de Santana.

—Quiero sentir tus manos, Santana. No me importa lo que pienses. Hazme el amor esta noche.

Sonaron campanas de alarma, graves, como la orden urgente de vender el material antes de que se quemase.

La perspectiva de arder resultaba muy agradable y el calor que sintió cuando Kitty se sentó a horcajadas sobre ella era tentador. Le temblaban los dedos, y un penetrante grito de Kitty alejó el sonido de las campanas.

—Por favor, ahí.

Las lágrimas ahogaban la voz de Kitty, y Santana la calmó.

—Vale, vale.

—Por favor—jadeó Kitty—Santana, por favor.

Kitty se apretó contra la palma de Santana con una ferocidad tal que Santana retrocedió momentáneamente. La mano de Kitty la agarró por el brazo y atrajo a Santana mientras se sacudía. El vestido se deslizó sobre los hombros de Kitty, dejando los pechos al descubierto.

Los dedos de Santana se deslizaron desde el cuello a los pezones, y ambas se besaron mientras Kitty apretaba el brazo de Santana.

—Dios, sí.

Kitty se abandonó con deliciosa pasión y Santana deseó sumirse en las profundidades con ella.

Habían pasado siglos desde que el sexo era tan sencillo.

Pero, cuando sintió más humedad en su mano y Kitty se puso rígida sobre ella, se dio cuenta de que no tenía ni idea, nunca la había tenido, de por qué Kitty se sentía atraída por ella.

«Al menos no va detrás de mi dinero —pensó Santana —Kitty no es Elaine, que quería a mi talonario de cheques más que a mí».

Abrazó a Kitty, acallando sus dulces lágrimas y sintiéndose una sinvergüenza.

Evidentemente aquello significaba algo para Kitty.

Encontró un pañuelo de papel en la guantera y Kitty se limpió los ojos y la nariz.

—Lo siento, no quería ser tan emotiva. Adoro la forma en que me tocas, Santana.

«Ni siquiera estaba pensando en ti», podría haber dicho Santana. «Hasta cierto punto, cualquiera habría podido hacerte lo mismo», habría añadido, si quisiera decir la verdad.

Pero no dijo ninguna de las dos cosas.

Por suerte había otras verdades:

—Eres hermosa, Kitty.

—Gracias.

Kitty se derritió entre sus brazos y permanecieron así varios minutos. Al fin, se movió.

—Siempre me has excitado.

—¿Cómo?

«Por favor, que no se enamore de mí», rogó Santana en silencio.

Nunca había querido lastimar a Kitty.

Kitty levantó la cabeza lentamente, mostrando una sonrisa de satisfacción.

—Estás de broma, ¿verdad?

—No, no lo estoy. No pretendo excitarte, de verdad que no.

Kitty se rió.

—Diablos, imagínate qué ocurriría si lo intentaras—su sonrisa se extinguió—Hablas en serio.

—Sí.

—Eres más sexy que cuando te conocí, y ya entonces tenías lo que me gustaba.

—Sea lo que sea.

—Eres complicada, inteligente, atractiva, poderosa, decidida, sexy.

—Sabía que era cosa de la genética.

—Hace diez años no tenías esta arruga—el pulgar de Kitty trazó una curva desde la nariz de Santana hasta la comisura de sus labios—Me parece magnífica. Tienes una profundidad y una conciencia que no encuentro en mucha gente. Sigo esperando que emplees esas cualidades conmigo, con nosotras.

Se besaron dulcemente y Kitty se movió sobre el regazo de Santana.

—No soy tan complicada —repuso.

—No te vendas tan barata, es malo para el negocio.

Se besaron otra vez, hasta que Kitty se apartó.

—Hace mucho tiempo que me preguntaba si hacías el amor igual que analizabas un asunto de negocios, totalmente entregada, con todas las partículas de tu inteligencia centradas en lo que tienes entre manos.

Volvió a moverse en el regazo de Santana, pero ésta ignoró la invitación. En aquel momento tenía la cabeza despejada.

—No sé qué decir, Kitty. Ojalá algo así se gobernase por normas prácticas.

—Nos convenimos mutuamente. Las mismas amigas, ambientes similares, nos gustan las mismas cosas, como el golf cuando te permites el lujo.

Santana pensaba en su papá, que nunca había vuelto a ser el mismo: parte de él no se había recuperado tras la muerte de su mamá.

Ella nunca había amado a nadie de aquella forma y sabía que Elaine tampoco. Sin embargo, Kitty tal vez sí, y no le parecía bien jugar con sus expectativas.

Le dijo con ternura:

—Creo que hace falta más que eso.

—¿Cómo vamos a saberlo si no nos damos una oportunidad?

—Creo que lo hemos hecho.

Diez años de verse ocasionalmente, y Santana no sentía más de lo que había sentido el primer día.

—¿Esto? ¿Esta noche? Oh, Santana, cariño, no tienes ni idea de lo que puedo llegar a hacer.

Kitty deslizó los labios, con aire seductor, sobre la boca de Santana.

Su lengua era tierna y ágil.

—Ni te imaginas lo agotada que estarías por la mañana. Quinn no necesitaría a nadie que retirara la pintura: podríamos hacerlo tú y yo.

—Kitty, lo siento…

Los dedos de Kitty se cerraron sobre los labios de Santana.

—No, no. No digas eso. Vamos a ver qué sucede, ¿vale? Me quedaré aquí mientras estés tú.


El trayecto a Netherfield fue silencioso, y se separaron al pie de la escalera tras un último beso.

Santana sabía que Kitty supondría que, cuanto más tiempo se quedara, más interesada estaba en ella, así que debía finalizar el informe al día siguiente e irse a casa.

El informe se podía hacer en un día.


El último beso le había indicado que, si quisiera, podría ir a la cama de Kitty, pero al ver las manchas de sus pantalones en el espejo de su habitación se dio cuenta de que no era aquél el motivo de que quisiera quedarse.

Debía regresar a casa; y las razones no tenían nada que ver con la resplandeciente piscina de Quinn.

Las verdaderas razones resultaban demasiado ajenas para darles crédito.

No se podían cuantificar y, como opciones racionales, no existían.

Brittany Pierce la evitaba y Santana no estaba lista para volver a casa.


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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D

Pd: los capítulos estan muy largos¿?
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Ene 10, 2016 4:07 am

Brittany Pierce la evitaba y Santana no estaba lista para volver a casa. escribió:

por eso no esta lista para volver, por que lo dificil atraer, lo facil no resulta interesante, creo que ese es el pensar de santana. Me recuerda la pelicula A good Year en la que actua Marion Cotillear
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Mensaje por Susii Dom Ene 10, 2016 9:20 am

Mmm asi que le importa la actitud de Brittany hacia ella$-$
Los capitulos estan bien! :D
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Mensaje por micky morales Dom Ene 10, 2016 10:26 am

esa zorra de kitty, espero no se convierta en un grano en el c.....
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Mensaje por 23l1 Dom Ene 10, 2016 7:09 pm

marthagr81@yahoo.es escribió:

por eso no esta lista para volver, por que lo dificil atraer, lo facil no resulta interesante, creo que ese es el pensar  de santana.  Me recuerda la pelicula A good Year en la que actua Marion Cotillear



Hola, jajajaajajaj xD jaajaj la vrdd nose cual es xD ajjaajajajajajaajaj XD pero espero que sea algo bueno jajajajajaja. Saludos =D





Susii escribió:Mmm asi que le importa la actitud de Brittany hacia ella$-$
Los capitulos estan bien! :D




Hola, jajajaaj vamos avanzando entonces jajajajajajaj. Ok entonces los dejo así noma XD jaajajjaaj. Saludos =D





micky morales escribió:esa zorra de kitty, espero no se convierta en un grano en el c.....



Hola, jajaajajajaja XD ajajajajajajajaja, quien la llamo, no¿? Esperemos y no, la vrdd ¬¬ Saludos =D



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Finalizado FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Cap 7

Mensaje por 23l1 Dom Ene 10, 2016 7:12 pm

Capitulo 7


Brittany, harta de no tener información, revolvió en silencio los papeles del despacho de su papá, que estaba fuera hablando de un fertilizante con Finn.

Santana tardaría una hora.

Su búsqueda no arrojó nada de interés.

Montones de estadillos bancarios, lo que esperaba ver, y las cartas de los acreedores que ya había leído. No tenía ni idea de qué retenía tanto tiempo a Santana López, que llevaba ahí tres días enteros.

¿Lo que había que saber no saltaba a la vista?

Se centró en el ordenador e imprimió pedidos que habían enviado los distribuidores. A continuación miró su correo electrónico y le sorprendió ver que había llegado algo a su dirección personal. No tenía nada en contra del correo electrónico, pero prefería las llamadas telefónicas y todas sus amigas lo sabían.

Como no reconoció la dirección del remitente, estuvo a punto de no abrir el mensaje, pero el tema «Sobre Santana López » era irresistible.


«Querida señora Pierce», leyó, dando por supuesto que sería algo que podría borrar enseguida.

«Usted no me conoce y en este momento no puedo darle mi nombre. Sin embargo, las dos conocemos a Santana López. Por desgracia, en el pasado he tenido tratos con ella de carácter tan doloroso que no puedo tolerar que lo que me pasó a mí le pase también a usted. Podría darle datos esclarecedores sobre el temperamento de esta mujer si le interesan los detalles. Por favor, respóndame si es así».


Firmaba sólo «Una amiga».

A Brittany no le gustaban las cartas anónimas y, durante unos minutos, recordó los problemas derivados de una nota sin firma que apareció en el instituto, en la que se afirmaba que existía un amor eterno entre dos chicos.

Fue una broma cruel y el cobarde que la había hecho nunca dio la cara. Estuvo a punto de borrar el mensaje, pero no pudo. Se trataba de la herencia de su familia, su medio de subsistencia, la vida entera de su papá.

Se lo tomaría todo con recelo, pero el saber daba poder.

Escribió una respuesta eligiendo muy bien las palabras y expresando sus dudas, pero indicando a la vez el deseo de saber.

Oyó acercarse a alguien desde la cocina y se apresuró a cerrar la ventana de correo.

Santana había llegado pronto las tres mañanas anteriores y aquel día también.

Brittany no debía sorprenderse.

Tenía un aspecto estupendo y desenvuelto, con vaqueros nuevos y un jersey de tono berenjena.

—Ya me iba—se apresuró a decir Brittany.

—¿Podemos hablar un momento?

Brittany asintió, sorprendida.

—Espero que me dé alguna información. Puedo entender lo que sucede.

—Lo siento mucho. Si fueras una accionista o miembro de la junta, podría ser más franca. Pero, tal y como están las cosas, eres técnicamente una empleada.

—Una empleada con ADN de uva.

Brittany recibió una tensa sonrisa en respuesta.

—Me doy cuenta de tu participación fundamental en el viñedo y he esperado, contra todo pronóstico, que sucediera algo insólito, pero sólo tengo una cosa positiva que comunicar al juzgado. No pasa de ser una tirita, pero les dará tiempo. Tu papá no se mostró muy receptivo ante la idea, y no sé por qué. Tal vez tú puedas vencer su resistencia.

—No pienso convencerlo por usted—dijo Brittany con firmeza.

—No es eso lo que quiero. Mi propuesta consistía en arrendar más uvas en el futuro. Sé que ya se han cerrado los contratos del año que viene, pero ¿por qué no hacer los del año siguiente? Al menos unos cuantos. Los suficientes para poner los créditos al corriente a sesenta días. Si se hace eso, el juez dictará una suspensión del caso y los acreedores retrocederán una temporada.

La idea había cruzado por la mente de Brittany, pero conocía los sentimientos de su papá.

—Los cosecheros y vinateros que hacen eso son productores para el mercado de masas. Tal vez suene pretencioso, pero no cultivamos uvas para el mercado de masas.

—¿Les pagarían lo mismo que los contratos que suelen hacer?

—Sí, probablemente.

—Entonces…, no cobran un precio elevado por sus uvas, sólo son quisquillosos a la hora de elegir quién las compra.

Sorprendentemente, Santana no se erigía en juez. Tan sólo recitaba los hechos para asegurarse de que los entendía.

Brittany asintió.

—Esencialmente sí. Mi papá también puede decirle quiénes necesitarán ese año uvas de nuestras viñas.

Procuró hablar sin orgullo desmedido, pero la halagaba la reputación de su papá.

—Hay quien piensa que mi papá ha elevado la calidad general del vino producido en esta región.

—Entiendo.

Brittany no creía que Santana pudiera entenderlo, no en un par de días.

—Cada cosecha es distinta. Cada vez que las viñas producen es otra oportunidad.

—Lo entiendo muy bien. Gracias por explicármelo. Tu papá no fue tan comunicativo.

—Nos han llamado estirados, y no resulta fácil decirle a un viejo amigo que no puede contar con tus uvas un año.

—Imagino que será difícil para él—dijo Santana en tono amable.

—Entonces, si acepta, ¿sólo es una tirita? ¿Tiene que renunciar a un año entero sin garantías?

Algo se estremeció en los ojos de Santana, pero no los apartó de los de Brittany.

—Si no hace nada, les aseguro que tendrán que vender más de la mitad de su tierra, según las valoraciones más recientes.

Brittany tragó saliva.

—No sé qué sucedió. Yo no estaba aquí.

—Ojalá pudiera darte más explicaciones.

—Sí, claro.

Brittany estaba a punto de salir por la puerta cuando se detuvo.

—Lo siento, ha sido una grosería.

—No pasa nada—Santana miraba la pantalla de su portátil—Sé que no es fácil.

Al recoger su mochila, Brittany vio una serie de cardenales en el brazo de Santana.

Cuatro cardenales, más o menos en fila.

Recientes.

Brittany estaba segura de que, si le daba la vuelta al brazo de Santana, encontraría un quinto para completar el cuadro.

¿Por eso Santana se mostraba tan agradable aquella mañana?

¿Había echado un polvo?

Tres días de tropezarse con aquella mujer y Brittany no había recibido más que miradas severas.

Sólo había una candidata que pudiera hacerle los honores a Santana, pero Brittany no se sentía en absoluto agradecida a Kitty Fabray.

«Fertilizante —pensó—No necesito esto. Ella no significa nada para mí y, por lo que a mí respecta, se puede tirar a todas las mujeres del pueblo».

De todas formas, ¿a qué se debía aquel aire hostil y altanero?




Pasear entre los viñedos calmó sus nervios, como siempre.

Las uvas aún eran duras, pequeñas y de un verde brillante, pero pronto colgarían más bajas y pesadas, y su papá y ella tendrían que estudiar el contenido de agua y seguir la información climatológica con ansiedad.

Odiaba renunciar a todo aquello por un futuro desconocido, pero al parecer no había otra salida.

Aunque hubiera sido ciega, su nariz le habría indicado que había llegado el último fertilizante. El sol aún no había alcanzado su plenitud, pero el nitrógeno y el azufre enfriaban el aire.

Dos cuadrillas de trabajadores estaban listas para echar el mantillo entre las filas de vides, mientras que otros los seguirían pisando la mezcla.

—¡Uff! Apestan—anunció Brittany y lo repitió en su español marginal.

Se alegraba de poder arrimar el hombro un rato, de olvidar sus preocupaciones mientras cuidaba las viñas.





Cuando compartió con su papá unos momentos de intimidad, aprovechó para hablarle:

—Creo que ella tiene razón, papá. Es duro, pero servirá para comprar tiempo. Esta cosecha va a ser excepcional—aunque no lo creía, añadió—Tal vez tengamos suerte.

—Lo sé. Estoy intentando hacerme a la idea. ¿Qué uvas? No quiero perder el control de las Zinfandel, las Pinot y las Syrah.

—Pero las Zinfandel son las más abundantes.

—Exacto.

—Papá, sé que resulta drástico.

—Nunca sale bien eso de pagar lo de hoy con lo de mañana.

Brittany se limitó a asentir.

Parecía un consejo para la vida, no sólo para las uvas.

—No debería haber comprado los campos de Tarpay, y a costa de las uvas pedí a los vendedores dos años para pagar el interés de los préstamos sin recibir ingresos. Me moría de ganas de conseguirlos y pagué un precio excesivo.

—Y eso después de toda la modernización y puesta al día.

—Necesitábamos los nuevos barriles.

Pero tal vez no necesitaban el nuevo equipamiento de embotellado.

Brittany creía que el viejo podría haber durado otros diez años, como mínimo.

—Yo se lo diré, si quieres.

—No, lo haré yo. No debería haberte metido en esto.

Brittany contestó en un tono más alterado de lo que pretendía:

—¿Por qué no, papá? Algún día tendré que tomar decisiones.

—Lo sé, calabacita, pero aún eres joven. Me alegré de que fueras a Europa. Aún no tienes que casarte con este lugar.

—Ya lo estoy, papá. Nací casada con este lugar. Sangro zumo de uva, como tú.

Su papá se rió.

—Procuraré recordarlo. Parece que fue ayer cuando ibas al baile del colegio.

—Tengo veinte y cinco años, papá. Ya no hay bailes de colegio.

—Supongo que será mejor que hable con Santana, ¿verdad?

—Sí. ¿Puedo acompañarte?

—Claro.



*******************************************************************************************************


Santana, que estaba en el patio al que daba la sala de degustación, observó a los dos Pierce acercarse a la casa.

El día anterior habría pensado que vivían en la feliz ignorancia de sus calamidades, pero ambos sabían a lo que se enfrentaban. Aun así, se detuvieron a hablar de vides, y el papá subrayaba de vez en cuando sus afirmaciones con un gesto de la mano derecha.

Santana empezaba a sospechar que ninguno de ellos podía pasar ante una viña sin pararse a tocar y pensar en su futuro. Sin embargo, las corporaciones eran todas iguales en las cuestiones importantes.

Santana no podía permitir que la sedujeran los caprichos del negocio de los Pierce.

Brittany había cogido una uva y la estaba saboreando. El resultado la hizo reír y el repique de la risa subió por la colina.

Santana volvió a la casa con su café y la imagen de los cabellos rubios de Brittany brillando bajo el sol se desvaneció.

Intentó pensar en Kitty, en Elaine, en su agenda, su trabajo, pero seguía oyendo la risa de Brittany. Se recordó a sí misma que Brittany era joven y que no estaba harta y cansada de tanto dinero y tanta gente.

Un camión cargado con trabajadores que iban a los campos de abajo pasó ante la ventana del despacho y Santana reconoció las rebanadas de pesto de la cocina de Sue que llevaban todos.

El día anterior se habría atrevido a proponer el ahorro que supondría no pagarle a una cocinera, aunque sabía que el papel de Sue iba más allá.

Estaba tan unida a la familia como la familia a las uvas.

Se recordó que debía prescindir de las emociones y entonces vería claro qué había que hacer con el dinero.

Si los Pierce querían comprar tiempo, tenían que ceder parte de su control sobre la próxima cosecha. Comprendía que era desagradable, pero también lo eran las subastas ejecutorias. Le parecían criaturas en el bosque, en las viñas, en todo.

¿Por qué le había tocado a ella robarles la tranquilidad?

Cualquier otro se habría marchado a casa, habría archivado el informe y habría seguido con el siguiente contrato.

La recomendación era sencilla: vender los activos mayores y sustituir a la gerencia.

Se dirigió a la cocina, sin saber muy bien el recibimiento que encontraría. Sue había dejado muy claros los criterios de su hospitalidad, según los cuales, si una quería algo, debía pedirlo, si no, Sue se ofendía mucho.

También había manifestado su idea de que Santana era la encarnación del mal.

Santana sintió un leve tirón en la cintura de sus pantalones y supuso que Sue la condenaría de todas formas, así que fue a buscar pan de pesto.

—A mí nadie me cuenta nada—dijo Sue a modo de saludo—En eso, es usted como los demás.

—Hago un trabajo para los tribunales.

El penetrante aroma del ajo tostado casi le hizo perder el sentido.

Sue la fulminó con la mirada mientras cubría una tostada de pesto aún humeante con un huevo.

—Sigue siendo una excelente idea comprar tiempo con un futuro arrendamiento. Hasta un bebé le encontraría sentido, lo cual no quiere decir que Pierce se lo vea.

—Tiene usted habilidad para adquirir información—dijo Santana, con el huevo a medio comer—Gracias por esto y por recordar lo del huevo. Normalmente no desayuno, pero desde que llegué aquí me muero de hambre.

—El aire puro. No sé cómo respira en Nueva York.

—¿Ha estado ahí?

—¡Cielos, no! Ésta es mi casa, y opino que la gente debería quedarse en su casa.

«Caramba», pensó Santana.

Comió el huevo, se sirvió un café y se llevó la tostada para comérsela mientras se ponía a trabajar en el despacho.

Cuando los dos Pierce entraron bulliciosamente por la puerta de atrás, Santana había acabado con sus proyecciones de gastos y deudas a cinco años.

Ningún gráfico tenía una tendencia positiva.

Santana se chupó los dedos subrepticiamente y procuró no dejarse influir por el hecho de que el mejor restaurante indio cerca de su oficina de Nueva York no se podía comparar con la cocina de Sue.

Tenía que regresar a casa.

No se iba a volver adicta al aire campestre ni a nada más.

—Buenos días, Santana. ¿Trabajando mucho?

—Ustedes ya han hecho media jornada. En comparación, me siento perezosa.

—Estoy segura de que estaba despierta cuando abrieron los mercados.

Anthony se acomodó en su sillón con el café en una mano.

Santana hizo un gesto afirmativo.

—Pero sólo tenía un ojo abierto.

—Lo mismo que nosotros—tomó un poco de café y, luego, dijo—Vamos a arrendar parte de las futuras uvas.

Santana, a quien agradó mucho oír aquello, sonrió involuntariamente.

—Sé que no quiere hacerlo, pero el tiempo es difícil de comprar y lo conseguiremos.

Sue irrumpió con un plato y volvió a salir diciendo:

—Al fin habla con un poco de sentido.

—Me alegro de que seas feliz—gritó Anthony tras ella—Esta mujer es una amenaza, siempre avinagrada.

—Lo he oído, cascarrabias. Hágase su café a partir de ahora.

Santana contuvo la risa; no recordaba cuándo se había sentido tan relajada. Un sentimiento peligroso, como bien sabía, al que aún no debía aspirar.

No en aquel momento, con el aire fresco y limpio que se colaba por la puerta del patio, no con Brittany enmarcada contra la luz y cómodamente apoyada en la jamba, mientras contemplaba los ondulados campos.

«Se me ha pegado algo de Quinn», pensó Santana.

—¿Cómo iniciamos el proceso?

—Llamaré a un par de personas y las invitaré a una copa de vino y a una subasta informal. Ellos llamarán a otros y al final del día veremos lo que ocurre.

Santana parpadeó ante semejante rapidez.

—¿No hay que redactar los documentos?

—La plantilla del formulario está en el ordenador. Sólo tengo que anotar las zonas que quiero dividir. Tienen que ser las Zinfandel. Todos se beneficiarán de nuestras uvas Zinfandel.

Santana asintió y lo dejó trabajar, mientras afinaba sus proyecciones. Con los resultados de los arrendamientos de los dos últimos años hizo un cálculo conservador basado en una serie de cuestiones.

Se dio cuenta del orgullo de Anthony Pierce al hacer aquellas llamadas. Supuso que era la primera vez que hablaba de «liquidez» con los que consideraba colegas.

Con el fin de darle intimidad en aquella dolorosa tarea, Santana cogió el móvil para devolver llamadas de la oficina y salió al patio.

Brittany Pierce apareció delante de uno de los graneros de fermentación y, luego, dio la vuelta a la casa con una cesta de verduras cultivadas por Sue en la huerta.

La mañana avanzó, con intermitentes apariciones de Brittany, que no parecía en absoluto una debutante perezosa.

Observó a la chica conversando con su capataz y revisó sus primeras impresiones: Brittany rebosaba vitalidad juvenil, pero no era una inmadura.

Seguía haciendo llamadas cuando oyó la voz de Rachel y, a continuación, las dos chicas desaparecieron.

Las llamadas concluyeron poco después, regresó al despacho y encontró a Anthony meditando sobre unos papeles de la impresora.

—Pensé que acabaría hoy, pero he pasado dos horas haciendo otras cosas.
Si va a concertar los arrendamientos futuros, me gustaría volver mañana para hacer un informe lo más exacto posible.

Se trataba de una excusa, pero, si Anthony lo sospechó, no lo demostró.

—Claro. Me parece lógico. ¿Le gustaría ver la subasta esta noche?

A Santana se le ocurrieron cientos de cosas que requerían su atención, pero se oyó decir a sí misma:

—Sería fascinante. ¿A las seis y media?

—Buena hora—declaró Anthony—Gracias, Santana. Ha sido de gran ayuda.

Seguía sin comprender que ella no estaba ahí para ayudar.

Una parte de Santana esperaba que nunca lo comprendiera, que se produjera un milagro y que no tuviera que actuar como un presagio funesto, no con aquel negocio ni con aquella familia.

Cuando cogió el coche, se apartó de la carretera pública, reacia a admitir que sabía que Brittany y Rachel habían tomado la misma dirección.

El interior del vehículo de alquiler estaba caliente y flotaba en él el perfume de Kitty, así que bajó las ventanillas mientras conducía por la carretera de tierra bordeada de árboles.

A dos horas de camino hacia el sur estaba una de las áreas metropolitanas más grandes del país, pero el zumbido de los insectos y el canto de los pájaros le daban la impresión de que se encontraba en un lugar recóndito.

Estaba perdiendo el tiempo, pero valía la pena deslizarse hasta un lugar sombreado y apagar el motor.

Lo primero que pensó fue que en el campo había ruido y, luego, se perdió entre los recuerdos del último verano que había pasado en la cabaña del lago George.

Un verano doloroso, hacía muchos años.

No entendía que su mamá estuviera enferma y a los once años no podía asimilar el concepto de «marcharse para siempre».

Sonó el móvil y se apresuró a responder la pregunta de Tina. Agradeció la interrupción de sus lacrimógenos pensamientos.

De pronto se hizo el silencio.

Los zumbidos cesaron y se reanudaron a medio volumen, como si algunos insectos hubieran decidido dormir la siesta.

Oyó voces a lo lejos y, luego, un grito. Alarmada, salió del coche y caminó entre las filas de árboles. La montaña descendía abruptamente, demasiado para bajar por ella, pero a través de las ramas de los robles vio dos figuras, Brittany y Rachel, que nadaban en una piscina.

Oyó otro grito cuando Rachel tiró de Brittany hacia abajo; luego, las dos salieron del agua y se perdieron de vista.

Le había bastado con aquella visión de Brittany.

No era un animalillo de gimnasio, sino una mujer tan curvilínea y sensual como Santana había imaginado.

Se le había desbocado el corazón, lo cual era absurdo.

Regresó al coche, resistiéndose a compararla con los desnudos de Botticelli o Rafael.

Brittany era más delgada, pero igual de exuberante.

La noche anterior se había mostrado pasiva ante la pasión franca e innegable de Kitty. Pero aquel día, tras contemplar a Brittany hora tras hora, le sudaban las manos.

Se sentía como una idiota por haberle tomado el pelo a Quinn a causa de su enamoramiento.

A Brittany Pierce ni siquiera le caía bien.

¿Cómo podía seguir ahí, imaginándose aquel cuerpo tendido en su cama, aquella voz gritando su nombre, y la risa que las envolvería a ambas cuando sus cuerpos estuvieran agotados?

Despecho.

Demencia.

Vino envenenado.

Tenía que haber alguna explicación para aquello.

Puso el coche en marcha y continuó por la carretera.

Demasiado tarde se dio cuenta de que había tomado una curva que conducía directamente a la piscina en la que tomaban el sol Brittany y Rachel, desnudas.

Dio la vuelta en cuanto pudo, pero tuvo que girar dos veces. Aliviada, pisó el acelerador y habría huido si no hubiera sido por un imperioso:

—¡Deténgase!

Miró el espejo retrovisor y vio a Brittany Pierce, que se dirigía al coche. Sólo llevaba una camiseta y estaba tan mojada que a Santana se le secó la boca.

—¿Qué diablos hace?

Brittany le lanzó una mirada tan llena de fuego que Santana se alegró de verla. Otras partes de Brittany fascinaban su visión periférica, y quería mirarla bien.

Puso las manos sobre los muslos.

—Intentaba dar la vuelta. Creí que por aquí se iba a…

—Está levantando un montón de polvo. Dentro de diez años tendremos que explicar las motas de suciedad de las Cabernet de este año.

—Oh.

—Vaya despacio, ¿entendido?

—Lo haré.

—Bien.

Brittany se alejó del coche y Santana la miró.

Se habría sentido humillada si no hubiera sido por las hermosas curvas del trasero de Brittany, que asomaban bajo el dobladillo de la camiseta.

Con una leve sonrisa, observó cómo se perdía de vista; luego, reanudó el trayecto hacia la bodega y hacia Netherfield.




**************************************************************************************************




—¿Por qué está ella aquí?

Brittany cogió una galleta de la bandeja que Sue había colocado en el aparador del comedor, que servía también como sala de reuniones.

Sue sacudió la mano.

—A mí no me preguntes.

Brittany observó cómo Santana saludaba al cosechero representante de la mayor cooperativa de los condados de Napa-Sonoma.

Se había sentido bien al tener un motivo para gritarle a Santana aquella tarde, aunque, al volver a la piscina, Rachel había señalado que ir sin bragas menoscababa su dignidad.

Saboreó una galleta de mantequilla, sus favoritas, y se acercó a la sala de degustación. Con un trocito atrajo a Hound al exterior y le puso la cadena.

Oficialmente habían cerrado y estaban sirviendo copas de la Zinfandel del año anterior.

Se colocó al lado de su papá y sirvió unas cuantas copas más, que ofreció mientras saludaba.

Cuando Santana se acercó al bar, Brittany le ofreció una copa.

—¿A que no hay motas de suciedad en esta tanda?

—¿De veras?—Santana bebió con gesto animado—¿Ningún urbanita estropeó las uvas de ese año?

Brittany tuvo la incómoda sensación de que Santana se reía de ella, pero no quería ruborizarse.

—No, ese año no.

—Lo único que digo es que, si dictan las normas mujeres con uniformes tan sugerentes, deberíamos cumplirlas.

Brittany se ruborizó.

—Estaba cuidando las uvas. Se trata de uno de los campos que vamos a arrendar hoy.

—Santana, querida, quiero que conozca a alguien.

Brittany vio cómo su papá presentaba a Santana a otro cosechero y le oyó decir:

—Santana es hija de un viejo amigo de la familia y nos está ayudando en el negocio. Me pareció que le interesaría ver cómo hacemos esto.

—Encantado de conocerla, señorita López. He leído mucho sobre usted—declaró el cosechero.

Santana respondió algo que hizo reír a todos; el papá de Brittany estaba encantado.

Como si fuera una invitada, pensó Brittany, y no pretendiera ir de ahí al juzgado para explicar que habían encontrado la forma de mantener la cabeza por encima del agua que no paraba de subir.

No sabía por qué tendía a recordarse continuamente el papel de Santana, pero sí que no tenía nada que ver con el movimiento de las manos de la mujer cuando hablaba ni con el tono cálido y grave de su risa.

Brittany esbozó una sonrisa y circuló por la sala, alegrándose del resultado.

Había al menos veinte intereses representados ahí, lo cual significaba que conseguirían un buen precio con poca promoción. Si lo anunciaban bien y hacían una subasta pública obtendrían más, pero quitando los costes les quedaría probablemente la misma cantidad.

Sue apareció en el vestíbulo que conducía al comedor y carraspeó.

Brittany guió a la gente en aquella dirección, prometiendo galletas de mantequilla calientes y otras delicias.

Santana se quedó en la puerta y, como Brittany no quería quitarle la silla a ningún postor, permaneció atrás. Algunos estaban de pie, pero a nadie parecía importarle.

La fuente con tarjetas y sobres pasó de grupo en grupo. Minutos después, los lápices habían hecho sus cálculos y se habían cerrado los sobres.

Brittany tomó una segunda fuente para recoger las tarjetas y la colocó delante de su papá.

Cuando se reunió con Santana en la puerta, le preguntó:

—¿Así de fácil?

—Es para nosotros—Brittany se encogió de hombros—Las subastas públicas son mucho más tensas, con ventas múltiples y continuos imprevistos. Si no lo consiguen a la primera oportunidad, tienen que subir sus apuestas para compensar lo que no obtengan. Esto es un trato y una cantidad conocida. Figgins, Ken Tanaka, Carl Howell, todos saben cómo son esas parcelas.

—Entiendo.

Los cultivadores hablaban entre ellos mientras el papá de Brittany abría los sobres y colocaba las apuestas de mayor a menor.

Cuando acabó, se había consumido casi todo el vino y las galletas.

—Me resulta muy gratificante. Gracias a todos por sus serias apuestas.

Nombró rápidamente a los cinco postores más aventajados.

—Oh, vaya—dijo uno de los perdedores—Era una posibilidad remota. Esperaba que no se hubiera enterado nadie más. No hay forma de que me pueda permitir comprar nada de los Pierce.

—Tampoco yo. Me he quedado por las galletas.

Una mujer a la que Brittany no conocía le entregó una tarjeta.

—Si hay otra subasta de este tipo, avíseme. Me encantan las galletas de mantequilla.

—Me acordaré.

Brittany le devolvió la sonrisa, preguntándose vagamente si no estaría flirteando con ella.

Santana habló con los labios rígidos para no sonreír.

—Creo que le gustan tus viñedos.

—Sólo son negocios.

—¿Qué tendría que hacer una mujer para que te des cuenta de que está flirteando contigo?—dijo Santana.

Brittany se preguntó por qué querría saber una cosa así.

No era como si…

De repente se le aceleró el corazón.

—No sucede muy a menudo.

—Al menos, que tú lo percibas.

Alarmada, sin saber bien por qué, Brittany se concentró en la actividad del comedor.

Los cinco mayores postores estaban rellenando de nuevo las tarjetas, después de saber cuál había sido la apuesta más alta. Sospechaba que el arrendamiento sería para el representante de la cooperativa.

A su papá no lo haría muy feliz; la cooperativa solía vender sus derechos a los grandes conglomerados de empresas.

No servía de mucha ayuda.

Suspiró.

—Esto no es fácil para tu papá.

—No.

«Para mí tampoco», podría haber añadido Brittany.

Las cosas no debían cambiar, no de aquella forma. La naturaleza hacía cambios, pero, cuando la gente se veía obligada a cambiar, Brittany se sentía inquieta.

—¿Qué tal lo está pasando en Napa?

—Reconozco que esto es bonito. Anoche cenamos de maravilla en la Lavandería Francesa.

Brittany la miró, desconcertada.

—¿En serio? ¿Cómo lo consiguió?

—No fui yo. Kitty resulta muy ingeniosa cuando quiere.

«Bien por Kitty », pensó Brittany.

Volvió a mirar los cardenales del brazo de Santana y, cuando apartó la vista, se dio cuenta de que Santana sabía que la estaba mirando.

Brittany no pudo descifrar la expresión de su rostro: no era rubor y tampoco una tímida admisión, sino algo… incómodo.

No quería entrometerse, así que preguntó:

—¿Tiene más trabajo en esta zona?

—No, ahora mismo no. Corren rumores de un cliente que anda detrás de una adquisición en Los Ángeles, pero me doy perfecta cuenta de que no es el mismo Estado.

—Seguro que entiende muy bien las actitudes del norte de California—repuso Brittany.

—O eso o me encuentro demasiado cómoda con los intereses de los negocios del sur de California. Desde la crisis de Silicon Valley no ha habido actividades que me permitan recuperar el equilibrio.

Dejaron de hablar cuando el papá de Brittany empezó a abrir la última ronda de sobres.

—Esta vez tenemos un líder claro.

Nombró la apuesta más alta y dos de los cosecheros levantaron las manos a modo de renuncia.

—¿Otra ronda?

Miró a los tres que quedaban.

—Creo que yo también estoy acabado, por mucho que me fastidie—dijo otro hombre.

Brittany los acompañó hasta la puerta, agradeciéndoles sus esfuerzos.

Cuando volvió al comedor, todos se daban la mano y en el rostro de su papá había una expresión de contento y lástima a la vez. Como Brittany había supuesto, la cooperativa había ganado la apuesta.

—El quince por ciento más de lo que esperaba—dijo Santana en voz baja—Excelente.

—Buena noticia.

—Sí. Voy a ver qué pasa si proyecto por adelantado cinco años más de arrendamiento…

—No creo que mi papá acepte, de verdad. En el fondo está destrozado.

Brittany exageró un poco, pero por fin Santana entendía.

—Lo sé. Pero podemos ver cómo se perfila.

Se firmaron los documentos y, luego, el papá de Brittany acompañó a los dos hombres hasta la puerta.

De pronto, Brittany se encontró sola con Santana.

No podía pensar en nada más que en ella cuando la había visto sin bragas y en lo que había hecho con Kitty para tener aquellos cardenales en el brazo.

—Ven a cenar conmigo—dijo Santana de repente.

Brittany parpadeó.

—¿Por qué?

La boca de Santana se puso tensa, pero Brittany no sabía si era de risa o de fastidio. Supuso que su abrupta pregunta había sonado un poco brusca.

—Porque una chica tiene que comer y no conozco los sitios buenos.

—No creo que pueda conseguir mesa en la Lavandería Francesa.

—Bueno. Fue deliciosa, pero es una cena demasiado contundente para repetirla todas las noches. La comida de Sue también se deja notar en mi cintura.

Brittany no pudo dejar de mirarla.

No controlaba sus ojos mientras estudiaba el vientre plano, las esbeltas caderas y las piernas.

Se acarició el estómago con la mano.

—Oh, le falta mucho para alcanzarme. Tengo que ponerme a dieta.

—No, no es cierto.

El tono grave de Santana cogió a Brittany por sorpresa.

¿Estaba flirteando con ella?

No, sólo era conversación amable, pensó.

No quería que Santana López flirtease con ella, ni por asomo.

—Voy a arreglarme un poco.



En su habitación, Brittany descartó la camiseta, demasiado ajustada, y se puso un jersey rojo de manga corta. Se cepilló el pelo y se lo recogió en una cola de caballo.

Al recordar las cejas perfectas de Kitty Fabray, se quitó unos cuantos pelos sueltos y, luego, decidió que no tenía tiempo para maquillarse.

Se miró al espejo.

—Tendrá que servir así.



—Pásalo bien—gritó su papá.

Parecía una escena surrealista, sentada en el coche de alquiler de Santana
López mientras las palabras de su papá resonaban en sus oídos. No esperaba pasarlo «bien», pero tenía el corazón desbocado.

Entonces, ¿qué estaba haciendo exactamente?



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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D


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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Ene 10, 2016 8:33 pm

ohhhh que emoción, aunque se de antemano que esa cena sera un completo desastre en la que las dos se amargaran la vida. pero ya estan las dos como con la espinita de la curiosidad la una por la otra
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Mensaje por micky morales Dom Ene 10, 2016 9:03 pm

santana es la primera en mostrar interes, a ver como va esa cena!!!!!
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Mensaje por 3:) Dom Ene 10, 2016 11:42 pm

hola morra,...

ya me puse al dia con tu nueva adap,..
a ver que pasa con las cena???
bueno es un comienzo no???

nos vemos!!!
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Mensaje por 23l1 Dom Ene 10, 2016 11:48 pm

marthagr81@yahoo.es escribió:ohhhh que emoción, aunque se de antemano que esa cena sera un completo desastre en la que las dos  se amargaran la vida. pero ya estan las dos como con la espinita de la curiosidad la una por la otra



Hola, jajajajajajaja xD jaajjaajajajaj xD jaajajjaajajajajja. Algo es algo, no¿? Vamos avanzando jajaajajajaj. Saludos =D





micky morales escribió:santana es la primera en mostrar interes, a ver como va esa cena!!!!!



Hola, bn al menos una empieza algo jajajajaj, vamos avanzando jajaajajajajajaj xD De lo mejor!... espero XD jaajajjaja. Saludos =D





3:) escribió:hola morra,...

ya me puse al dia con tu nueva adap,..
a ver que pasa con las cena???
bueno es un comienzo no???

nos vemos!!!



Hola lu, jajajaja bn ai, entonces jajajaja. De todo, de todo! para ellas jajajajaajajaj xD Sip, algo es algo jajaajajajjaja. Saludos =D



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Finalizado FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Cap 8

Mensaje por 23l1 Dom Ene 10, 2016 11:51 pm

Capitulo 8


—A decir verdad, me gustaría tomar una copa. En un bar oscuro, con la música suave y donde sirvan patatas fritas con ketchup.

Santana agarró el volante con las dos manos para evitar que le resbalaran las palmas. Tal vez una copa no fuera la mejor idea, pero no se le ocurrió decir otra cosa con Brittany a quince centímetros de ella.

Lo que sentía por dentro era ridículo.

No tenía quince años y se estaba muriendo por su primera chica.

Brittany miraba por la ventanilla, pero Santana notó un asomo de sonrisa en su voz.

—Me parece que conozco el lugar ideal. Ve hacia el norte por la autopista de Trancas y luego hacia el este—le indicó, tuteándola.

—Hecho.

«¿Qué te pasa? ¿Qué me pasa?», no podía pensar en otra cosa.

—Me alegro de que la subasta fuera bien, de verdad.

—Yo también, naturalmente—Brittany se enderezó y miró a Santana—No quiero parecer grosera, pero ¿por qué te interesa tanto?

—¿El qué?

—Lo que haces. Entiendo las cuestiones de dinero, por supuesto, y no creo que sean mala cosa casi nunca.

—Una chica tiene que ganarse la vida, ¿no?—Santana miró a Brittany con gesto interrogativo.

—Sí, claro. Pero, ¿por qué así?

—Buena pregunta. Quería dedicarme al Derecho Financiero, pero estaba a punto de finalizar mi posgrado cuando crecí y me di cuenta de que mis intereses se dirigían más bien a seguir los pasos de mi papá. Es juez.

—Creo que mi papá me lo dijo. Entiendo el deseo de seguir un camino trillado. Yo también lo tengo.

—Tú tienes ADN de uva, ¿no?

—Estás citando a mi papá—Brittany se miró las manos—A veces disfruto esparciendo estiércol, otra veces con los procesos químicos.

Santana tuvo que esforzarse para mirar la carretera.

Los dedos de Brittany eran tan torneados como el resto de su cuerpo.

—Terminé la carrera de Derecho y tenía las salidas a mano. Pero mi primer trabajo fuera de la facultad fue con un sinvergüenza que trataba a todo el mundo, incluyéndome a mí, como si fueran máquinas tragaperras. Haz chanchullos y te pago.

—¿Y qué hiciste?

—Lo dejé. Encontré otra empresa, pero la historia se repitió. Entonces me dediqué a trabajar por mi cuenta y pude elegir. Tuve suerte con un cliente, un amigo de mi papá. Me dio una parte del negocio a modo de prueba y, cuando funcionó, hicimos cosas más grandes y mejores. Tuve muchísima suerte, hice un dineral con algo en lo que había invertido mi dinero y, en líneas generales, la vida me ha ido bien.

—¿Muchos viajes? ¿Aventuras?

Santana sonrió.

—Muchos hoteles y malas comidas. Este viaje ha supuesto un cambio maravilloso.

—Netherfield es una casa antigua preciosa. No sé si es verdad, pero, según una historia, se levanta en el lugar donde se firmó la primera concesión de tierras del valle.

—Me gusta. Al principio pensé que Quinn estaba loca, pero el lugar tiene muchos encantos.

—Más de uno, sí.

Santana se preguntó qué significaba aquel críptico comentario y estaba a punto de decirlo cuando vio la salida de la autopista.

Brittany señaló el camino, dejaron la autopista atrás y se adentraron en una zona residencial.

Las tiendas con fachadas iguales y nombres conocidos cedieron paso a edificios más antiguos y a un mercado agrario.

Llegaron a un viejo centro comercial y se dirigieron a una pesada puerta con un letrero que lucía una parpadeante copa de martini.

—Esto es Puck’s. No sé cómo se llama realmente—explicó Brittany—, Pero lo lleva Puck. No importa quién esté detrás de la barra; la etiqueta siempre pone «Puck».

A Santana le gustó enseguida.

Tenía una barra larga y gastada, pero muy limpia, y del techo colgaban cientos de prismas de cristal. La suave luz titilaba como si procediera de velas. Detrás de la barra había una amplia variedad de licores. Un traqueteo al fondo indicaba que había una cocina, y Santana identificó inmediatamente el olor a patatas fritas y tal vez a bacalao frito.

—Perfecto.

—Hacen un estupendo sándwich Joe, también queso gratinado, y el pescado con patatas fritas está bien. Ése es el menú completo. Hace unos años probaron con los pinchitos de queso, pero a los clientes habituales no les gustaron.

—¿Te incluye eso a ti?

Santana puso la mano sobre la espalda de Brittany, mientras seguían al camarero hasta un reservado.

—No, me temo que no. Sólo vengo cuando es muy tarde y todos los demás sitios están cerrados.

Brittany se sentó en el reservado, lanzando un suspiro de alivio.

—Justo lo que necesitaba. A veces resulta un poco agobiante vivir en el lugar de trabajo.

A Santana le costó un gran esfuerzo no deslizar la mano por la columna de Brittany, al ritmo del jazz lento y suave que emitían los altavoces.

—¿Por qué fuiste a Europa? ¿Cuánto estuviste fuera, cuatro años?

Brittany se quedó petrificada.

—¿Cómo sabes eso?

—Me lo contó tu papá.

Sabía que Brittany bailaba bien, pero el tipo de baile en el que Santana no dejaba de pensar no era vertical.

Brittany esbozó una sonrisa.

—No quería ser una Pierce. Estaba segura de que había más vida que eso y otras formas de elaborar vino. Así que fui a Francia, sobre todo, y aprendí en varios lugares.

—¿Conseguiste lo que deseabas?

—Haces preguntas muy audaces.

—Lo siento.

La llegada del camarero sorprendió a Santana, pero se recuperó enseguida.

—Whisky de Tennessee, solo.

—¿Daniels o Dickel?

El camarero (Puck, ponía la etiqueta) limpió la mesa con un paño que en otra época había sido blanco.

—Dickel, y un ginger-ale—le hizo un gesto a Brittany.

—Un alud de barro, con mucho barro.

El camarero soltó un gruñido y se fue, y Santana comentó:

—¿Un batido de leche en un sitio como éste?

—Es más que un batido de leche—repuso Brittany—Lleva alcohol.

—Chocolate con leche frío para mayores.

Brittany se reclinó en el cojín.

—¿Te critico yo por elegir una bebida destilada de malta? También se puede decir que es un desayuno de cereales para adultos.

—A mí me sienta bien.

Santana intentó relajarse, pero acabó apoyándose en la mesa para ver mejor la expresión de Brittany.

—No has respondido a mi pregunta.

—¿Sobre qué?

—Sobre Europa. ¿Conseguiste lo que deseabas?

—Sí y no. Aprendí mucho sobre el vino. Cuando llegué a casa, era más Pierce que nunca.

—¿Y eso te parecía malo?

—Sólo durante un tiempo. No estaba preparada para volver, pero me alegré de haberlo hecho.

Las bebidas llegaron y las dos pidieron pescado frito con patatas.

Brittany levantó su vaso, alto y helado.

—Por el negocio, satisfactoriamente concluido.

Santana asintió y levantó también su vaso.

—Hoy hemos comprado un poco de tiempo.

—Me he fijado—dijo Brittany después de beber un sorbo—En que dices hemos.

—¿Te molesta? No suelo hacerlo.

—Generalmente mantenía las distancias de forma mucho más drástica—Brittany se encogió de hombros—¿Por qué haces una excepción con nosotros?

—Creo…

Bebió otro sorbo de whisky y dejó que le calentara la garganta antes de seguir.

—Creo que es porque tu papá siempre habla así. Y me cae bien. Me cae muy bien.

Con expresión enternecida, Brittany dijo:

—Papá es especial. A veces está en un mundo tan por encima del nuestro que resulta frustrante, pero es un maestro paciente, un hombre agradable y un buen papá—torció el gesto ante la bebida—Esto se me está subiendo a la cabeza.

Santana pensaba lo mismo de su whisky.

—Mi papá habla maravillas del tuyo. ¿Sabías que tu papá presentó a mi papá y a mi mamá?

—No, nadie me lo contó—apartó su bebida y cogió un vaso de agua—Iré despacio. Después de lo del sábado por la noche no quiero repeticiones. Estaba como una cuba.

Santana no le dio la razón, al menos en voz alta.

A pesar de las críticas de Kitty, sabía que algunas veces no era buena idea coincidir con la verdad.

—Yo tenía tanto calor que creí que me daba un infarto. Quinn no me dejó cambiarme.

—Oh, creí que estabas a punto de sufrirlo.

—Me salvó la cerveza.

—Yo debería haberme conformado con la cerveza. Por cierto, me gusta Quinn. Como suele decir mi papá, haría una buena uva.

La risa sincera de Santana hizo volver cabezas.

—Es para morirse de risa y muy cierto. Una uva blanca brillante le sentaría bien.

—De aroma arrutado, pero cálida al primer sorbo.

—Suena a Quinn.

Santana se preguntó cómo la describiría Brittany si fuera un vino. Acida, probablemente.

Brittany tomó otro generoso sorbo de su bebida y Santana disimuló una sonrisa cuando la vio lamerse los labios para limpiarse la espuma. Era un batido de leche, por mucha crema irlandesa que tuviera, y, si Brittany hubiera llevado coletas, la imagen de una niña disfrutando de su golosina habría sido completa.

—¿Eres como una uva Brittany? ¿Cómo la uva de su vino preferido?

—¿El Syrah? ¿Syrah con y o Sirah con i?

—Me pregunto cuál es la diferencia.

Había intentado prestar atención, y las búsquedas en Internet habían servido de mucho, pero, cuanto más aprendía, más evidente resultaba que necesitaría años de estudio para convertirse en una conversadora modesta en temas de uvas y elaboración de vino.

Eso, o tutorías personales, aunque no eran las uvas lo que acaparaba la mente de Santana.

Brittany contempló su batido mientras respondía a la pregunta de Santana.

—La Petite Sirah y la Syrah son uvas del valle del Ródano, pero, aparte de eso, no guardan más relación. En Europa no se aprecian las Petite; son pequeñas y acidas, aunque hay quien dice que son realmente Durif. Nuestras Petite, sin embargo, no son Durif y pueden actuar como buenos agentes si se mezclan cuidadosamente con uvas tintas menos complejas. Nuestras Petite Sirah son oscuras y tienen un punto de maduración muy duradero.

Santana asintió como si hubiera seguido toda la explicación, que entendió a grandes rasgos.

—¿Y tú?

Brittany se ruborizó levemente.

—Creo que de joven era picante, pero nunca me vi aterciopelada.

Oh, claro que sí, pensó Santana.

Aterciopelada, sonaba muy apropiado.

—¿Y ahora cuántos años tienes? ¿Veinte y tres?

—Veinte y cinco.

—¿Vieja?

—No soy una niña—repuso Brittany en tono cortante.

—Lo siento, no quería decir que lo fueras—Santana pensó que debía evitar aquel punto delicado—Sin embargo, veinte y cinco apenas se pueden considerar la madurez.

Brittany la miró con suspicacia.

—No, supongo que no. Pero tampoco me veo de un violeta sedoso y con pétalos de rosa. Siempre me sonó a funeral.

Aterciopelado, violeta sedoso y rosa… Santana se quedó con todas las palabras.

—¿Cómo es madura?

—Moras, pimienta y complejidades duraderas.

A Santana le pareció que sonaba bien.

—Deberíamos aspirar a eso, al menos a la parte duradera.

—Mi mamá murió cuando yo era pequeña, pero mi papá dice que me parezco a ella.

Santana recordó los rasgos generosos y regulares de Anthony y dijo:

—Me gusta tu papá, pero es cierto. No te pareces a él más que en la sonrisa.

—Una vez le pregunté cómo había conseguido que mi mamá se casase con él, y me respondió que fue por su sonrisa y por la disposición a mentir entre dientes si hacía falta.

A Santana la sorprendió otra camarera y retrocedió para dejar que Puck, la mujer, pusiera dos platos humeantes de pescado con patatas fritas sobre la mesa. Los acompañó con dos fuentes de ensalada de repollo y zanahoria, y Santana no dudó en utilizar el ketchup.

—Esto está muy lejos de la Tavern on the Green—dijo sin pensar.

—¿Vas a menudo?

Brittany acarició la áspera superficie de la mesa con la mano.

—Antes sí. Salía con una persona a la que le gustaban esos sitios.

No quería hurgar en el pasado.

—¿Y a ti te gustan esos sitios?

—A veces. Otras veces prefiero un perrito caliente en un puesto callejero. Me alejé de eso una temporada, nada más.

Santana pensó que había tomado demasiado whisky y demasiado rápido. Si le contaba a Brittany todos sus secretos, estaba acabada.

Brittany cortó un pedazo de bacalao y lo mojó en la salsa tártara.

—Lo tomamos frito con mayonesa—señaló la ensalada—Repollo. Hay repollo.

—Me estropeas la comida hablando de verduras.

—Lo siento. El último mes he presionado a Sue. El colesterol de mi papá no deja de subir. Es como hablar con una pared.

—Me lo imagino. Aun así, se supone que el aceite de oliva y el vino son buenos, ¿no?

—Sí, con moderación. No con medio kilo de queso y nata.

Brittany acabó de aliñar el pescado caliente y le dio un mordisco.

—Ésta es la comida perfecta para consolarse.

—¿Necesitas consolarte?

Un sobresalto físico dominó a Santana mientras pensaba en abrazar a Brittany para consolarla.

—¿No lo necesita todo el mundo?

Tragó y miró a Santana durante unos segundos; luego, cogió su bebida.

—A veces lo que necesitamos es consuelo.

Santana se puso colorada al darse cuenta de que Brittany miraba los cardenales que Kitty le había dejado en el brazo. No los había sentido en el momento, pero sabía cuándo se habían producido, y no obedecían a algo tan simple como el consuelo.

—A veces.

Brittany desvió la vista y Santana comprendió que había dado una impresión equivocada y que no podía hacer nada para remediarlo.

Era algo entre Kitty y ella, y Brittany no… no se lo imaginaba.

Aunque tal vez sí.

En aquel momento le importaba mucho lo que Brittany pensara de ella, y no podía explicarle lo que Kitty significaba para ella sin quedar como una sinvergüenza.

No debería haber permitido que Kitty llegara tan lejos.

Lo sabía.

Habría preferido pensar que estaba borracha, pero ni siquiera así se justificaba.

¿Cómo podía explicar que se sentía tan ajena a la pasión de Kitty que parte de ella no había sentido absolutamente nada?

Comieron un rato en silencio.

Santana no sabía qué estaba pensando Brittany.

La chica tenía los ojos azules clavados en el plato, centrados en la comida, mientras la luz centelleante de sus cabellos le daba ganas a Santana de cogerlos con las manos. El jersey de Brittany se ajustaba a sus hombros fuertes, pero delicadamente torneados, y Santana se imaginó cómo temblarían en deliciosa respuesta a los estímulos.

—Cabernet Sauvignon, en el primer desarrollo.

Santana arqueó una ceja y se apresuró a digerir.

—¿Perdón?

—Si fueras una uva.

—Oh, eso está bien, en el primer desarrollo.

—En Francia es así.

Santana quería preguntar cómo era ahí, a diferencia de Francia, pero le daba miedo la respuesta de Brittany.

—Sé que se trata de un vino tinto, pero su color es más oscuro que el mío.

—Lo que importa es el interior de la uva.

—¿Y yo soy tan oscura por dentro?

—Complicada.

Otra vez aquella palabra.

—No creo que sea nada complicada. Tengo unas normas muy sencillas.

Dio la impresión de que Brittany le iba a preguntar la lista de normas, pero se acercó una nueva Puck para preguntar si querían otra copa.

Santana negó con la cabeza; le apetecía otra, pero sería una imprudencia.

Brittany tampoco quiso más, pero pidió agua.

Entró un bullicioso grupo y ambas permanecieron en silencio hasta que el bar se serenó.

—¿Cuándo regresas a Nueva York?

—No lo sé. Me gustaría quedarme al menos otra semana, sobre todo porque la piscina de Quinn está limpia y en funcionamiento, y me resulta increíble ver lo que está haciendo con el papel pintado.

Sus ojos decían más cosas, lo percibía.

Brittany dejó de mirarla bruscamente.

—¿Puedes permanecer tanto tiempo alejada del trabajo?

—No estoy alejada del trabajo en absoluto. Mi móvil es un tirano.

—Ya me he fijado que lo utilizas muchísimo.

—Casi todas las llamadas son hierro candente. La mayoría proceden de colegas que tienen sus propios contratos y quieren ideas o consejo. Para ser sincera, me había olvidado de que aún figuraba como analista de suspensiones de pago para el tribunal de Delaware. Uno de los acreedores me requirió porque había trabajado antes en un asunto.

—Oh—Brittany acabó su batido—¿Cómo funciona eso? Perdóname por mi falta de tacto, pero ¿quién te paga?

—No es falta de tacto. ¿Cómo lo vas a saber si no preguntas? El tribunal, si presento mis honorarios.

—¿Por qué no los ibas a presentar?

Santana se encogió de hombros; no quería hablar en profundidad.

—A veces no lo hago. Depende del trato. Al tribunal le paga la corporación en cuestión, y mis honorarios pueden cuadrar o arruinar las cifras.

«Cállate —se dijo a sí misma—No le dejes ver que puedes ser blanda. Juegas a perder».

Brittany quería preguntar, se notaba en sus ojos.

Santana no estaba dispuesta a confesar que no tenía intención de beneficiarse del asunto Pierce. Se había volcado demasiado y le preocupaban cosas que no tenían nada que ver con el dinero, lo cual significaba que no estaba actuando en favor de los intereses de sus clientes.

Se miraron durante demasiado tiempo, hasta que Santana no pudo evitar lanzar un suspiro.

En su vida se había sentido tan analizada y descubierta por otra mujer.

—¿Qué?

—Supongo que no hay nada de lo que podamos hablar.

—Bueno no, la verdad es que no.

El Puck original se detuvo ante su mesa.

—¿Postre para las señoritas?

Santana esperó a ver qué quería Brittany antes de sacudir ella también la cabeza.

—Esta noche no.

Entregó una tarjeta de crédito y Puck se marchó con los platos.

—-Estuvo muy bien, gracias. Era lo que necesitaba.

—¿Comida para consolarse?

—Sí, y compañía interesante.

—¿Interesante? Lo tomaré como un cumplido.

—Ésa era mi intención.

Brittany esbozó una tensa sonrisa.

—Me pregunto si interesante significa lo mismo que en la maldición china: Ojalá vivas momentos interesantes.

—Te prometo que durante el resto de mi vida veré a las personas como si fueran uvas.

Firmó el resguardo, le dio las gracias a Puck y se levantaron para marcharse.

Las sorprendió comprobar que la temperatura exterior había descendido notablemente.

Brittany se estremeció.

—No tengo una chaqueta para ofrecerte—dijo Santana.

—No pasa nada. Me viene bien, comprime las viñas.

Santana le abrió la puerta del coche.

—¿Y eso no te perjudica?

Brittany respondió cuando Santana salió del aparcamiento.

—Las viñas comprimidas resultan más fuertes y dan un fruto más pequeño e intenso. Los compresores más habituales son las condiciones climáticas extremas y la escasez de agua. Creo que lo mismo se puede aplicar a la gente. Un poco de incomodidad nos hace apreciar las cosas buenas, como un buen baño.

Los muslos de Santana se estremecieron al pensar en meterse en una bañera llena de agua caliente y jabonosa con Brittany.

—Debo confesar que creí que se recogían las uvas, se pisaban y se embotellaba el vino. Más tarde, se abría la botella y se bebía.

Brittany se rió.

—Así se puede obtener algo bebible, pero, en realidad, como mínimo hay que disolver el zumo de uva con agua. A veces los vinateros pueden dejarlo ahí cuando las uvas son buenas.

Santana, que esperaba recordar el trayecto de regreso, torció para dirigirse a la rampa que conducía a la autopista, pero Brittany le rozó el brazo.

—Nos evitaremos el tráfico si continúas.

Las carreteras eran oscuras, pero a Santana no le importaba ir despacio. Había pocos coches y las luces de algunas casas alejadas parpadeaban en la distancia.

—Nuestra tierra queda a la derecha.

La voz de Brittany, dulce y tierna, estremeció a Santana.

—Leí la descripción del topógrafo, pero no me hago una idea de las proporciones. Tal vez soy demasiado urbana para comprender lo que significan doscientas hectáreas aquí y ochenta ahí.

—Si giras aquí y prometes ir despacio, podemos verlo mientras regresamos.

—Lo prometo. Gracias por confiar en mí esta tarde.

—Abriré la verja—su voz sonaba aún más dulce.

Santana no sabía qué hacer con el dolor que sintió mientras observaba a Brittany moverse ante el resplandor de los faros del coche.

La chica peleó un momento con el candado, luego la verja se abrió y Santana tuvo la extraña sensación de que se le permitía acceder al mundo de Brittany de una forma que nunca habría alcanzado entrando por la puerta principal.

Bajó el cristal de las ventanillas para empaparse de noche y poco después Brittany se deslizó en el asiento del pasajero, llevando con ella un aroma, húmedo y embriagador, a colonia y a tierra.

—No nos perderemos, ¿verdad?

—Conozco el camino. Creí que había niebla, pues noto mucha humedad, pero el cielo está despejado.

—No sé cuándo vi por última vez un cielo nocturno despejado y dediqué tiempo a fijarme en él.

Avanzaron lentamente por la carretera de tierra compacta, sin decir nada.

A Santana le pareció que Brittany podía oír los latidos de su corazón.

«No es buena idea. Esto no es prudente», se dijo a sí misma.

Resultaba una locura, pero de forma distinta a la locura de Kitty.

«Nos va a hacer daño a las dos».

Brittany hizo un leve ruido y, luego, dijo:

—Si paras aquí, podemos contemplar las estrellas. La luna está en lo alto, así que hay buena visibilidad. Conozco algunas constelaciones.

Una tontería, aquello era una tontería, pero la voz que se lo susurró a Santana no pudo evitar que sus manos apagasen el motor y las luces. Salieron del coche y, durante unos minutos, mientras Brittany señalaba el cielo, permanecieron en lados opuestos.

—¿Ves la pequeña con tonos rojos? A la izquierda hay un grupito. Es la constelación de las Pléyades.

—No veo la estrella roja.

Se encontraron delante del coche e inclinaron las cabezas a la vez para que Santana pudiese ver lo que indicaba el dedo de Brittany.

—Ahí. Es muy pequeña, pero con matices rojos. Junto a la azul más grande.

—Creo que ves más colores que yo.

—No has tenido ocasión de contemplar las estrellas, eso es lo que pasa.

Santana volvió la cabeza para mirar el perfil de Brittany a la luz de las estrellas.

—Y yo soy, supuestamente, la complicada.

Brittany bajó el brazo despacio.

—Me cuesta mucho trabajo entenderte.

—Creo que soy simple.

Brittany desvió la cabeza bruscamente, pero en sus labios había una sonrisa.

—Pero no directa.

—En absoluto.

En los ojos de Brittany se reflejaban las estrellas, sombras plateadas se mezclaban con profundos y seductores dorados.

«Son las estrellas —pensó Santana —, Que crean la impresión de que me desea. Son las estrellas».

Se dijo a sí misma que eran las estrellas cuando Brittany salvó los centímetros que las separaban y sus labios se unieron.

Ambas retrocedieron inmediatamente y Brittany se encaramó sobre el capó del coche, abrazándose las piernas.

—Lo siento, no sé por qué lo he hecho.

Santana no pudo menos que sonreír.

—Tal vez porque las dos nos preguntábamos cómo sería.

Brittany asintió.

Santana esperaba parecer al menos tranquila cuando se apoyó en el coche.

—El capó está caliente.

—Sí, da gusto.

—Me parece que ya veo la estrella roja. Las Pléyades, más que estrellas, son un resplandor.

—Cuando era niña veía a cuatro de las siete. Pero en esta época es lo que hay—se estiró un poco, deslizándose hasta el borde del capó—Cuesta trabajo ver algo claramente, con tantas interferencias.

Santana cambió de postura para ver el rostro de Brittany.

—Nuestro mundo está lleno de ruido, pero esta noche parece muy callado.

Brittany volvió la cabeza.

Había una clara invitación en el temblor de sus labios, en la mirada desenfocada, que no veía más allá de la boca de Santana, y en el incesante movimiento de las manos sobre los muslos.

Santana se olvidó del mundo.

Las estrellas podían apagarse para ella, que seguía pendiente de aquella mirada vulnerable y anhelante. Cogió una de las inquietas manos y apretó los dedos de Brittany entre los suyos, temblando. Notó el estremecimiento que abrió los brazos de Brittany y, a continuación, sus cuerpos se fundieron con fuerza, mientras los labios buscaban y encontraban las mismas ansias.

Santana se dio cuenta de que había dicho algo, pero los latidos que sonaban en sus oídos le impidieron oír su propia voz. Sus besos se sucedían con creciente intensidad, hasta que las piernas de Brittany se enredaron en las caderas de Santana y ambas se movieron al mismo ritmo.

Hacía mucho tiempo que Elaine no le provocaba aquel ardor, y la noche anterior Kitty sólo había soplado unas cenizas casi apagadas. Aquel ardor era feroz y real, y los ruiditos que hacía Brittany mientras se besaban contribuían a atizar las llamas.

Santana se abandonó al percibir el contacto de los brazos desnudos de Brittany y la curva de su espalda, bajo el dobladillo del jersey.

Quería que Brittany se quitase el jersey, pero aún conservaba cierto control, aunque se estaba debilitando rápidamente.

Cada movimiento de sus manos arrancaba un estremecimiento de respuesta en Brittany y las caderas de ambas se fundían en una danza frustrante.

No sólo quería que Brittany se quitara el jersey. Su propia ropa le resultaba demasiado ceñida y restrictiva.

Jadeó, interrumpió un beso al pensar en los pechos de ambas tocándose y sintió una presión que casi la dejó sin sentido.

Gimió y se dio cuenta de lo excitada que estaba demasiado tarde, cuando Brittany la abrazó con fuerza y la arrastró sobre el capó, encima de su propio cuerpo caliente y ondulante.

—¿Eso?—las manos de Brittany jugaban con la cremallera de Santana—No creo… No deberíamos.

—No deberíamos—gimió Santana—Sí, eso, por favor.

Brittany deslizó las manos bajo la ropa interior de Santana, haciendo sitio para que los dedos se moviesen. Le agarró las caderas y, luego, las uñas rozaron la sensible piel del interior de los muslos.

—Así—dijo Brittany dulcemente y se arqueó debajo de Santana, mientras su mano se cerraba sobre el centro hinchado y resbaladizo de la mujer.

—Por favor.

No se le ocurrió otra palabra.

—Bésame—susurró Brittany—Bésame mientras te toco.

Penetró en la boca de Brittany, deshaciéndose.

Sus lenguas bailaron en un sensual e íntimo toma y daca, mientras los dedos de Brittany acariciaban lentamente todos los nervios entre las piernas de Santana.

«No puedo protegerme contra eso», pensó Santana con desesperación.

No se trataba de la vulnerable postura, con las piernas desplegadas sobre las caderas de Brittany. Algo más se hallaba completamente expuesto, y lo rozaba y acariciaba la mirada de Brittany.

Retrocedió, intentando alejarse de aquellos ojos que querían poseerla, pero los dedos de Brittany se deslizaron dentro de ella.

—Oh, por favor—jadeó, con la boca seca.

—Sí—dijo Brittany, con los dientes apretados—Así. Deja que te sienta.

Santana no pudo evitar que casi todo su peso cayera sobre Brittany, mientras se apoderaba de ella el primer clímax.

Brittany la besaba ferozmente, y se abalanzó sobre los dedos de la joven mientras los músculos se tensaban e intentaban relajarse al mismo tiempo.

Oyó un grito breve y agudo, se dio cuenta de que era suyo y enterró la cara en el cuello de Brittany.

Podría haberse derretido encima de Brittany, pero sus nervios reaccionaron cuando Brittany susurró:

—Por favor, déjame poseerte una vez más.

Santana se movió y sintió la deliciosa presión de los dedos de Brittany aún dentro de ella. Hizo acopio de todas sus fuerzas, se quitó la camisa por la cabeza y aflojó el sujetador.

Brittany gimió, un sonido grave y sexy que se ahogó cuando tomó el pezón de Santana entre los dedos.

Se besaron, y Santana se dio cuenta de que bailaba para Brittany y de que no quería parar. Nunca había sentido aquella liberación, aquella especie de abandono.

—¡Oh…! ¡Oh, qué bien lo haces!—exclamó Brittany con voz aterciopelada—No quiero parar de tocarte. Lo siento, no creí que fuéramos a hacer esto… Pero resulta tan intenso.

—No pares.

Santana la hizo callar con un beso y dejó que la dominara el placer abrasador de una piel contra otra. Cada vez que se apretaba sobre los dedos de Brittany, oía uno de los maravillosos ruiditos que hacía la joven, cada vez más frenéticos.

El placer de Brittany resultaba tan palpable que Santana sintió otra punzada de rigidez en las entrañas.

Todo sucedía muy rápido, y la expresión ensimismada de Brittany se hizo eco del clímax de Santana. Las dos gritaron de forma dulce y penetrante, y de pronto se echaron a reír, sin dejar de besarse, instaladas en un cómodo abrazo, mientras sus caderas seguían moviéndose lentamente.

Las manos de Brittany acariciaron la espalda de Santana.

—No creí que… hiciéramos esto.

—Ni yo tampoco.

Santana le besó el lóbulo de la oreja y, luego, le dio un ligero mordisco para sentir cómo Brittany se estremecía.

—Lo deseaba, pero pensé que podía controlarme.

—Me alegro de que no pudieras.

Brittany se inclinó hacia atrás para que ambas pudieran mirarse a la cara.

—Me alegro de no haber podido yo tampoco. Me siento… Bueno…

«Por favor, no digas que lo lamentas o que te sientes estúpida o culpable», quiso rogar Santana.

No quería oír palabras como inapropiado o una de esas cosas.

—Estoy sorprendida.

—¿De que estemos aquí?

—No. Bueno, sí, sobre el capó de tu coche. Me sorprende—Brittany contempló las estrellas—Me refería a… cómo he podido hacer esto.

—Oh. Te refieres a…—Santana se acercó a Brittany y susurró—¿Te has corrido conmigo?

Sintió cómo la chica asentía contra su mejilla:

—Caramba. Siento haber estado distraída. Quería presenciar la primera vez que te corrías para mí.

Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Brittany. En su voz había una mezcla de inseguridad y audacia cuando dijo:

—Bueno, no me corrí para ti, sino contigo.

—¿Y dónde está la diferencia?

—La diferencia resulta evidente. Ha sido impresionante.

—Creo que debemos comprobarlo—dijo Santana, bromeando para que Brittany se relajara—Me fastidiaría que te confundieras en ese punto.

—¿Qué tenías en mente?

—Un poco de esto.

Santana cambió de postura para quitarle el jersey a Brittany.

—Un poco de aque…—Santana ahogó un grito—Cielos, eres increíblemente hermosa.

—Tócame—pidió Brittany, mientras se desabrochaba el sujetador—Tócame.

Las protuberancias femeninas que Santana había atisbado bajo la camiseta mojada estaban ahora bajo sus palmas. Los receptivos pezones le hicieron la boca agua.

Brittany resultaba divinamente mujer.

Acariciar sus pechos era como sostener un secreto femenino. Santana se inclinó para besar un pezón hinchado y se estremeció cuando lo sintió duro contra sus labios.

Otro ruidito, algo entre un quejido y un ruego, hizo que Santana levantase la cabeza para besar la jadeante boca, mientras sus manos acariciaban los pechos.

La vulnerabilidad de Brittany se le subía a la cabeza y la aturdía.

—Eres demasiado hermosa para tocarte.

Bajo la luz de las estrellas, la expresión de Brittany osciló entre el miedo y el deseo, adelante y atrás, y Santana la tocó con toda la ternura que llevaba dentro.

—No te haré daño.

Una brisa fresca sopló sobre ellas y Santana sintió cómo Brittany se retiraba.

—Esta noche no, sé que esta noche no.

Nunca, quería decir Santana.

Sus manos se detuvieron.

No podía prometérselo.

Se besaron otra vez, pero Santana sabía que Brittany se había cerrado.

La luz de las estrellas había durado demasiado, pensó Santana.

—¿Quieres ponerte la ropa?—preguntó con dulzura.

—Creo que sí.

Brittany apartó la cabeza.

Santana besó el hombro más próximo a ella y se dio cuenta de que Brittany temblaba.

—Oh, cariño, no llores.

—Es sólo una reacción. Estoy bien—en los ojos azules brillaban las lágrimas—Esto no ha sido buena idea para ninguna de las dos.

—No, no lo ha sido. No lo digo para herirte, Britt… Brittany

Se permitió tocarle los cabellos mientras la chica se ponía el jersey.

—Las dos… Supongo que tenemos que pensar en qué significa esto.

—Si significa algo.

—Sí, para mí sí.

Santana vio en los ojos de Brittany todo el miedo que había sentido ella antes, cuando intentaba establecer cierta distancia frente al placer que le proporcionaba la compañía de Brittany y, luego, frente al fervor de sus besos.

La misma incredulidad y pena, demasiado tarde.

«Tiene más que perder que su corazón», pensó Santana, mientras se ponía la ropa con un mínimo de orden.

Tenía los vaqueros empapados.

Lo que había resultado tan sexy se convirtió rápidamente en incomodidad. Ojalá pudiera llevar a Brittany a Netherfield, a la cama, pero Kitty estaba ahí.

¡Dios, qué lío!

No quería imaginarse suscitando el demoledor ingenio de Sue ni deseaba que Anthony se sintiera herido al averiguar que Santana había seducido a su hija.

Aquello no había sido inteligente, en absoluto.

Se le encogió el estómago al recordar el momento en que no había podido retroceder y se había perdido en los brazos de Brittany.

No había sido inteligente, pero nunca en su vida se había sentido tan bien.



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Hola, como se dieron cuenta si cambio el nombre del foro xD pero no pasa nada, solo es el nombre SIGAN! publicando, leyendo y comentando. Solo cambien "gleeklatino.com" por "gleelatino.forosactivos.net"

Pero, como les digo SIGAN! comentando, publicando y leyendo! Saludos =D


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Mensaje por Susii Lun Ene 11, 2016 1:46 am

Oh vaya._. Wow._. Eso no me lo esperaba._. De verdad ocurrio? Asi de la nada? ._. Aljddkj estas chicas estan que aaaarden$-$
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Ene 11, 2016 3:06 am

hola, Dios eso ha sido INTENSO, que intenso y especial nunca creo ha habido un momento brittana tan deseado, desbocado y teniendo como testigo las estrellas, es romantico. Crei que les iba a dar mala digestion. Las dos se aman, y ahora santana sabe que tuvo una errada impresion de britt. no la quiere lastimar, santana es de sentimientos nobles aunque su trabajo la haga ver como una bitch. Como seguira esto?????? saludos, muy buen capitulo FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo - Página 2 1215408055 FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo - Página 2 1215408055 FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo - Página 2 1215408055 FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo - Página 2 1215408055 FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo - Página 2 1215408055 FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo - Página 2 1215408055
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Mensaje por micky morales Lun Ene 11, 2016 7:39 am

ahora mas que nunca kitty de los mil demonios es un soberano estorbo, que ira a pasar ahora?
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Mensaje por 23l1 Lun Ene 11, 2016 7:15 pm

Susii escribió:Oh vaya._. Wow._. Eso no me lo esperaba._. De verdad ocurrio? Asi de la nada? ._. Aljddkj estas chicas estan que aaaarden$-$



Hola, jajaajaja nadie la vrdd jajajajjajaj. O sip! ajajajajajaj. Sip jajajajaaaj. Jajajajajajaj esk como poder resistirse la una a la otra¿? jajajaajajaj. Saludos =D





marthagr81@yahoo.es escribió:hola, Dios eso ha sido INTENSO,  que intenso y especial nunca  creo ha habido un momento brittana tan deseado, desbocado y teniendo como testigo las estrellas, es romantico. Crei que les iba a dar mala digestion.  Las dos se aman, y ahora santana sabe que tuvo una errada impresion de britt. no la quiere lastimar, santana es de sentimientos nobles aunque su trabajo la haga ver como una bitch.  Como seguira esto?????? saludos, muy buen capitulo FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo - Página 2 1215408055 FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo - Página 2 1215408055 FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo - Página 2 1215408055 FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo - Página 2 1215408055 FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo - Página 2 1215408055 FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo - Página 2 1215408055



Hola, jajajaaj o no! jajajajajajaajaja. Jajajajaja esk son las brittana, como no¿? jajajaajajajajaja, pero toda la razón jajajajaajja. Jajajaja no esk siendo ellas no lo creo ajjajajajaaj. Jajjaajaja como no, si se pertenecen jajajaajajaj. Mmm tienes razón ai... esperemos y no la perjudique =/ Aquí el siguiente cap para saber eso. Me alegro que te gustara, espero y este igual! Saludos =D





micky morales escribió:ahora mas que nunca kitty de los mil demonios es un soberano estorbo, que ira a pasar ahora?



Hola, jajajaajajajajaja xD jajaajaj toda, pero toda la razón con lo que dices ajjajajaajajaj, bn que se vaya noma entonces ajajajajaj. Empezaran una relación, se casaran y tendrán bbs ajajajjaaj. Saludos =D



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Finalizado FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Cap 9

Mensaje por 23l1 Lun Ene 11, 2016 7:18 pm

Capitulo 9


Brittany se movió en la cama.

Sabía que el despertador no tardaría en sonar, pero se dijo a sí misma que debía intentar dormir. Dio la vuelta, se rascó la nariz y el aroma de sus dedos la embriagó.

Santana.

Resultaba imposible dormir.

Después de ponerse la ropa de trabajo, se dirigió a los campos inferiores para ir al edificio de fermentación más antiguo y pequeño.

La piedra rudamente cortada originaba bajas temperaturas, que permitían la reacción lenta de las levaduras, lo cual redundaba en los tintos más añejos y de más larga maduración.

El interior estaba húmedo y fresco, y Brittany confió en que también la suavizase a ella, aunque lo dudaba. Por más que sus extremidades parecían de plomo, le fallaba el corazón cada vez que recordaba cómo se había sentido al tener a Santana entre sus brazos.

Se movió metódicamente entre los barriles con el medidor de pruebas, mientras revivía la noche anterior, desde la sorprendente invitación a cenar hasta la conversación que había bordeado temas importantes, dejando muchas cosas sin expresar.

A veces se sentía ignorante, simple.

Estaba segura de que alguien como Kitty Fabray nunca se quedaba sin saber qué hacer o qué decir.

¿Cómo había seducido a Santana de aquella forma?

Aunque había visto los cardenales a la luz de las estrellas, no le había importado que Santana hubiera estado con otra persona.

Santana le había correspondido, estaba segura, no sólo por la romántica noche primaveral y por las copas de la cena.

Algo hormigueaba y le dolía como nunca, pero había sido estúpida. Había sido una estupidez arrastrar a Santana de aquella manera, como si no hubiera un ayer y un mañana.

Y luego, como si fuera una niña, se había sentido asustada por todo lo que implicaba amar tan intensamente y había roto el encanto.

Santana la había deseado, y su propio cuerpo le parecía irreal a Brittany.


Acabó de hacer mediciones y de tomar notas, y regresó a la casa, hambrienta, aunque sin saber si podría comer.

Santana había dicho que aquél era su último día en la bodega, pero que no volvería a Nueva York hasta después de una semana.

¿Le pediría a Brittany para salir otra vez?

¿Tendría ella que pedirle una cita a Santana?

¿Qué harían ahora, después de aquel torpe abrazo y del besito de despedida?


El coche de alquiler de Santana estaba en el aparcamiento cuando Brittany llegó a la casa.

Se preparó, o al menos lo intentó, pero se le encogió el estómago al ver a Santana apoyada en el mostrador con una elegante mano en torno a una taza de café.

«Parece como si hubiera dormido tan poco como yo», pensó Brittany con satisfacción.

—Buenos días. ¿Cómo se presentan hoy las cosas?

—Mejor que ayer, aunque queda todavía mucha incertidumbre.

—Por no hablar de mucho ruido.

Santana asintió y contempló su café.

—Muchísimo ruido.

Suspiró cuando sonó el móvil, y pasó junto a Brittany sin mirarla para dirigirse al patio.

Brittany se obligó a comer una pequeña tostada, y el café le sentó bien a los nervios de su estómago.

De vez en cuando llegaba hasta ella un retazo de la conversación que estaba manteniendo Santana. Se preguntó quién sería « Emily, cielo» y por qué «Will» estaba tan contento.

No era asunto suyo.

Se sentó ante el ordenador para descargar los pedidos de aquel día de los distribuidores y mirar el correo electrónico.

Con un sobresalto reconoció al mismo remitente que había enviado la nota de «Una amiga» el día anterior.

Se había duchado, pero le parecía que aún sentía el aroma de Santana en sus dedos. Oyó la exclamación maravillada de Santana al tocar sus pechos por primera vez.

Su dedo se columpió sobre la tecla de borrado, pero recordó que había más cosas en juego que lo que sentía por Santana y se obligó a abrir el mensaje.
Leyó:


Querida señora Pierce.
Sé que no es fácil enfrentarse a lo que voy a contarle, pero, si puedo salvarla del tormento que he sufrido en manos de Santana López, valdrá la pena arriesgarse. Si se entera de que he roto mi silencio, toda mi familia se arruinará.

Al final le envío algunos enlaces a artículos sobre el talante de López en los negocios y numerosos editoriales pidiéndole que no cerrara fabricas o vendiera propiedades en pequeñas ciudades de todo el país. Sus excusas sobre sus tácticas siempre suenan sinceras y, con eterno pesar, reconozco que su encanto y sus atractivos tuvieron gran influencia sobre mí. Nuestra relación resultó muy dolorosa para mí, porque creo que se complacía en el hecho de que yo dependiese de ella.

Cuando intenté dejarla y tuve que pedir dinero prestado, se apresuró a comprar mi pagaré y lo esgrime sobre mi cabeza para asegurarse mi silencio.

No crea sus mentiras. No deje que se le acerque demasiado. Es maestra en el arte de la manipulación.


Firmaba otra vez «Una amiga».

Brittany, aturdida, miró los enlaces, eligió el último y lo abrió. El navegador abrió una página del Valdosta Journal encabezada por un editorial titulado:
«López corta la corriente. Cierre de fábrica el martes».

Aunque las lágrimas empañaron su visión, se obligó a leer hasta la última palabra sobre mentiras y falsas esperanzas, sobre promesas de ayudar que se habían quedado en nada.

Los otros enlaces contenían artículos similares, incluido uno que hablaba sobre la posibilidad de que un jurado de acusación investigase la adquisición de una empresa de altas tecnologías arruinada en Silicon Valley.

¿Era ése el verdadero motivo de que Santana no trabajara en aquella parte del Estado?

Al principio no había confiado en Santana, no había creído que estuviera ahí para ayudarlos.

El día anterior se había permitido pensar que tal vez no tuviera una calculadora en el lugar del corazón y por la noche… por la noche… sintió algo que en su vida había sentido.

Cerró las ventanas de la pantalla, respirando con dificultad, y regresó a los viñedos.

Le dolía demasiado la garganta para llorar.



*****************************************************************************************************



—No sé adónde habrá ido Brittany, pero si quiere le diré que la llame—Anthony se rascó la cabeza, desconcertado por la ausencia de su hija.

—No hace falta, yo la llamaré para despedirme. Me alegro de que pudiéramos resolver unos cuantos problemas, al menos temporalmente. Yo, o uno de mis colegas, volveremos dentro de dos meses para revisar las proyecciones y asegurarle al tribunal que todo marcha según los planes. En ese momento…—Santana se obligó a mirarlo a los ojos—En ese momento tal vez tengamos que considerar algunas alternativas dolorosas, mientras aún tengamos elección y nadie tome medidas contra nosotros.

«Deja de decir nosotros», se dijo a sí misma.

No había nosotros.

—Yo también voy a meditar a fondo sobre lo que se debe hacer. Seremos cuidadosos con los gastos, lo prometo.

Santana logró sonreír.

—No tiene idea de lo mucho que me alegra oír eso. Muchas empresas con las que trabajé se negaban a prometer nada parecido.

Se dieron la mano.

Santana aceptó saludar a su papá de parte de Anthony y dejó a los Pierce atrás, o al menos eso esperaba.

Lamentaba lo ocurrido la noche anterior con Brittany y haber actuado contrariamente a su carácter desde que había llegado.

También tenía que disculparse con Kitty y volver a casa.

La piscina de Quinn resultaba tentadora, como el sol, pero debía regresar para encontrar cierto equilibrio.

Conocía bien el camino de Netherfield y le sorprendió encontrar, aunque apenas era mediodía, el descapotable de Quinn en la entrada.

—¡San, has hecho maravillas!—Quinn le sonrió desde la sala de reuniones, mientras repasaba el pesado papel carmesí.

—Lo único que hice fue abrirles la puerta. Tienes que agradecérselo a Kitty: ella les dijo lo que había que hacer alrededor de las ventanas. Yo no tenía ni idea.

Kitty salió de la cocina con unas copas de vino en la mano.

—Hola, forastera—le dijo a Santana—Anoche llegaste tarde.

—Fui a cenar con Brittany y luego estuvimos contemplando las estrellas. En Nueva York no hay estrellas.

—¿En serio? ¿Fue una buena guía?

—Sólo parte de la noche.

Todas las palabras eran ciertas, pero le daba la impresión de que Kitty escuchaba más de lo que Santana estaba dispuesta a admitir.

—Aunque escogió un excelente pub para cenar.

Quinn, ajena a la conversación, continuó hablando de la habitación.

—Llevo toda la semana pensando en los jardines y voy a pedirle consejo a
Rachel. Aunque no disponga de tiempo para planearlos, creo que tiene un gusto maravilloso.

—En fin, una semana de trabajo no ha cambiado esa canción—dijo Kitty en voz baja—Así que yo elegí una lavandería y ella un pub. ¿Cuál de las dos acertó?

—No se trata de eso, Kitty.

—Entonces, ¿por qué parece como si no hubieras dormido? ¿Durmió ella?

—Sabes que estaba sola cuando llegué.

—Eso no significa que me guste que otra mujer perturbe tus sueños.

—Me marcho mañana, Kitty.

Brittany la había evitado claramente y Santana había entendido el mensaje alto y claro.

Quinn empezó a dar vueltas.

—¡De eso nada! Acabo de llegar y me voy a tomar la mitad de la semana que viene… Bueno, trabajando desde aquí. Necesito que te quedes, sólo unos días.

—Tienes que quedarte más tiempo—coincidió Kitty—Si no, no podremos acompañarla.

—Chicas, de verdad, tengo que irme…

—Miércoles. Quédate hasta el miércoles. Entonces ya tendré algunos planes para este lugar.

—Además—añadió Kitty alegremente—, Esta noche hay un karaoke para las chicas de aquí. Será para morirse de risa.

Dios del cielo, ¿no podían dejarla?

Quería arrastrarse hasta Nueva York y enterrarse en el trabajo, porque no sabía qué ocurriría si volvía a ver a Brittany Pierce.

Con voz apagada, dijo:

—Suena muy divertido.

—Nos vamos a las siete—informó Quinn—Quedamos ahí con Rachel y con su amiga.

Santana se dio cuenta de que a Kitty no le pasó inadvertido su suspiro.

—¡Qué bien!

—Una fiesta de cinco—murmuró Kitty.

Bebió un sorbo de vino y luego dijo, sin dirigirse a nadie en particular:

—Me pregunto quién será la rueda de repuesto.




********************************************************************************************************



—Rach, estoy muy cansada, ¿no podemos saltarnos este mes?

—Te necesito. Voy a ver a Quinn después de un montón de tiempo. ¿Y si ya no le gusto? No puedo ir sola. Ponte esto.

Rachel señaló la única falda que tenía Brittany.

—No alucines pensando que voy a ponerme falda para ir al karaoke. O vaqueros o nada.

—Vale, puedes llevar los vaqueros y este top. Y duerme una siesta, tienes muy mal aspecto—Rachel se dejó caer en la cama junto a Brittany—¿Qué ocurre?

Brittany sabía que Rachel no admitía negativas, así que respondió:

—No quiero pasar más tiempo con esa mujer. Ya ha terminado su trabajo. A lo mejor ya se ha marchado.

—No se caen bien, ¿eh? Me parece rápida e inteligente, pero no estoy segura de que me guste mucho.

Rachel se rascó la nuca y Brittany pensó que debería haberse enamorado de ella. Sin embargo, en aquel momento sabía mejor que nunca que no podía ser.

Por muy perfecta que fuera Rachel, no le hacía sentir lo mismo que Santana, ni remotamente.

—¿Cómo es que no te gusta? Tienes un corazón inmenso y eres buenísima.

—Eres parcial. ¿Vienes esta noche? Por favor.

—Vale, si me dejas dormir ahora.

Brittany cerró los ojos en cuanto Rachel abandonó la cama.

—Volveré a las seis y media, y será mejor que estés vestida. Le diré a Sue que te despierte.



Brittany no se enteró de nada más hasta que percibió el aroma del café junto a su nariz.

—Vamos—dijo Sue bruscamente—Se me quema la cena mientras estoy aquí esperando por ti.

—Gracias—farfulló Brittany—Dile a papá que me siento mejor y gracias por el descanso.

—Aún hay gente en la sala de degustación; una tarde de viernes muy ajetreada.

Maldición.

Había dormido la siesta en mal momento.

Se puso los vaqueros y el top azul oscuro que había aprobado Rachel —las dos prendas le quedaban un poco más ceñidas de lo que a ella le gustaba—, y bajó las escaleras corriendo para ayudar en la sala de degustación.


Rachel llegó cuando Brittany servía el último tinto a una de las dos parejas, después de decirle a su papá que fuera a cenar.

Por fin registró las ventas y puso el letrero de «Cerrado».

—Péinate—sugirió Rachel.

—No me gusta esta camisa —dijo Brittany en las escaleras.

—Muy bien, buenos ponte otra, pero nada de polos esta noche.

Encontró una camisa de poliéster más ancha y de manga corta, que no la hacía sentir como si sus pechos estuvieran a punto de estallar y gritaran: «¡Miradnos! ¡Miradnos!».

Ya no tenía veinte años.

Minutos después estaban en la furgoneta de Rachel.

Brittany examinó los pantalones planchados de Rachel, de color caqui, y la camiseta de algodón, que dejaba ver sus curvas.

—¿Por qué no puedo ponerme cómoda yo también?

—Bueno, tal vez parezca absurdo, pero creo que a Quinn esta ropa, y si tú no adoptas ese aire de jockey que adoptas a veces.

Brittany la miró, incrédula.

—En primer lugar, tú siempre te vistes así. No estas incómoda para nada. Y yo no me comporto como un jockey.

—Sí, sí que lo haces. Te pones la cola de caballo y parece que tienes diecinueve años, con los pantalones cortos, el polo y las botas. Es de lo más seductor, aunque no te fijes en las mujeres que te siguen intentando lamerte los tobillos. Sólo quería… destacar esta noche.

Brittany sacudió la cabeza ante las divagaciones propias de una persona enamorada.

Señalando su camisa, preguntó:

—¿De qué tengo aspecto? ¿De fulana?

—No, es sexy, pero clásico. Me gusta cómo te sienta el cuello barco. Yo no puedo llevarlo. Le da mucho relieve a tus hombros. Y por aquí a nadie le sienta el blanco tan bien como a ti.

—Seguramente me echaré la bebida por encima.

—Y unas seis mujeres se ofrecerán a limpiarla.

Brittany se rió.

—Eres una buena amiga.

No quería pensar que iba a perder a Rachel por Quinn, pero Rachel nunca se había preocupado por su aspecto ni por lo que pensaba la gente de ella.

No iba a decir nada, pero estaba segura de que a Rachel le brillaban los labios porque se los había pintado y también notó una sospechosa sombra de maquillaje.

Pensó que aquello era rizar el rizo y enseguida recordó lo poco que le gustaba aquella expresión a Rachel.

—Las mujeres pagan un montón de dinero por conseguir la mitad de lo que tú tienes de nacimiento.

Brittany evitó el recuerdo de la voz de Santana cuando le pidió que la tocara.
«Hermosa», había dicho, pronunciándolo como si le resultara doloroso.

Aún le dolía la cabeza.

Seguía atemorizada por haber dejado que Santana se acercara tanto, aunque las palabras del correo electrónico la obsesionaban.

Las habría ignorado de no ser por los artículos periodísticos que describían a Santana con palabras como avariciosa, intratable y desalmada.

¿Acaso alguien sin alma podía hacer el amor como lo había hecho Santana la noche anterior?

—¿Britt? No me acapares esta noche, ¿vale?

Rachel metió la furgoneta en el aparcamiento del Dance House. El aparcamiento estaba lleno, pero Rachel localizó el único vehículo que le importaba.

—Oh, ahí está el coche.

Apenas habían llegado a la puerta cuando un alegre «¡Yuhu! ¡Rachel, Brittany, aquí!» las condujo a una de las mejores mesas, con vistas a la pista de baile y al escenario.

Kitty Fabray parecía encantada de verlas.

Brittany no pudo evitar fijarse en Santana, que se hallaba sentada entre Kitty y Quinn, y en las dos sillas vacías que había a la izquierda de Quinn.

Naturalmente, Rachel ocupó la más próxima a Quinn y Brittany, tras saludar brevemente a Santana, se sentó en la otra.

Nadie habló demasiado, pero a Quinn y a Rachel no les importaba. Estaban tan ensimismadas la una con la otra, entre rubores y risitas, que Brittany pidió un margarita con sal en el borde para contrarrestar el exceso de azúcar.

Las luces se apagaron y la música disco enlatada se acabó.

Jane, que hacía años que se ocupaba de organizar el karaoke, abrió el espectáculo con su imitación de Ethel Merman.

La noche progresó en aquella onda.

Las menos tímidas iban de primeras y cantaban bien.

Kitty les dedicó efusivos elogios con los ojos llenos de júbilo.

Brittany no podía mirar a Santana, pero notaba la tensión. Estaba como el día del baile, ajena y monosilábica.

En condiciones normales, Brittany habría disfrutado, pero era demasiado consciente de la presencia de Santana para abandonarse. Sin embargo, no tuvo problemas para aceptar una invitación a bailar y para consentir ser una de las Supremes con Becky Jackson, su compañera de baile.

La Diana Ross de Becky cambió de tono involuntariamente mientras cantaban, con buen estilo, Love Child.

Brittany fue al baño y esperó en la cola.

Cuando regresó a la mesa, vio con profundo horror que Rachel estaba interpretando una canción en solitario.

Rachel, que solía decir: «Si se canta una, se cantan todas», interpretaba Cerca de ti desgañitándose.

Las amigas no deberían permitir que las amigas hicieran cosas así.

Rachel jamás soltaba el micrófono.

Agarró a Becky, que parecía tan desconcertada como la propia Brittany, y a las otras dos Supremes y les susurró: «Emergencia».

Las cuatro acorralaron ante el micrófono a Rachel, quien por suerte, se echó a reír y dejó de cantar. Enlazaron con Cerca de ti en la estrofa de «La dorada luz de las estrellas en tus ojos azules», mientras se balanceaban con ritmo exagerado.

El crítico silencio dejó paso a las carcajadas, y saludaron mientras abandonaban el escenario, cantando hasta el final.

Cuando estaban en la penumbra, Brittany le preguntó a Rachel:

—¿Cuánto has bebido?

—Sólo una copa. A Quinn le encanta esa canción, así que dije que se la cantaría.

—Bueno lo haces fatal.

La voz de Jane las interrumpió.

—¡Una cara nueva esta noche! Den la bienvenida a Kitty.

—Si bemol, por favor—dijo Kitty, que no parecía nerviosa en absoluto, y después de las primeras notas de Eres tan hermosa quedó claro el motivo.

Tenía una voz aterciopelada, como las violetas y los pétalos de rosa, profunda, rica, intensa, y no había duda de para quién cantaba.

Brittany observó que Santana bebía un trago un poco alterada e incluso desde donde estaba distinguió los cardenales que había ignorado la noche anterior.

De repente se sintió mal y arrastró a Rachel afuera.

—¿Qué es lo que te pasa hoy?

Rachel, con las manos en las caderas, le lanzó una mirada fulminante.

—Anoche sucedió algo—dijo Brittany, pero la puerta del club se abrió y salió Santana—Oh, diablos.

Rachel las miró a las dos.

—Creo que debo irme—comentó, dejando que Brittany mirara a todas partes, menos a Santana.

—Deberíamos hablar.

—Ahora no, Santana, no puedo. Estoy muy cansada y confusa.

Santana la cogió de la mano y a Brittany le dio la impresión de que se derretía por dentro, pero intentó con todas sus fuerzas fortalecer su resolución.

«No crea sus mentiras. No deje que se le acerque demasiado. Es maestra en el arte de la manipulación».

Se estremeció cuando Santana le besó los dedos.

—Creo que, si hablamos, podemos solucionar las cosas.

—¿A qué te refieres con «las cosas»? ¿A un romance? ¿Hasta que tú te marches y yo me quede?

—No, no me refiero a eso. Pero sé que estás disgustada y yo también. Tal vez lo de anoche no debería haber ocurrido…

—No, no debería—dijo Brittany con pasión—Todo resulta mucho más difícil.

—Pero ocurrió, Britt. Come conmigo mañana, por favor.

—Mañana es la feria de los cosecheros.

Santana frunció el entrecejo.

—Me había olvidado. Tu papá me lo comentó. Entonces, el domingo. Podemos quedar para comer antes de que abra la sala de degustación. Organizaré un picnic.

—De acuerdo —aceptó Brittany, sintiéndose débil—¿El domingo a las diez y media?

Brittany quería hacer cientos de preguntas.

Quería saber qué significaba Kitty para Santana y por qué Santana hacía aquello con ella.

Se libró de la mano de Santana, aunque le costó trabajo.

—A las diez y media.

Santana retrocedió; tenía los músculos de la mandíbula tensos.

Rápidamente regresó al club.

Brittany, al verse libre de la mirada oscura de Santana, se apoyó en un coche y trató de recuperar el aliento. El deseo se había apoderado de su cuerpo de tal forma que no podía pensar.

En realidad, no sabía quién era Santana ni qué quería de ella.

¿Acaso pretendía arrastrarla al asiento trasero más próximo, para ver si podían alcanzar de nuevo aquel increíble placer juntas?

Consiguió reaccionar y entró.

La mesa estaba vacía, y vio a Kitty y a Santana en la pista de baile.

Santana parecía relajada, incluso se rió cuando le dijo algo a Quinn, que bailaba en brazos de Rachel.

La música cambió y, sin dejar que Brittany se sentara, Santana la cogió de la mano.

Oyó que alguien decía: «¡Rachel, cariño, estás aquí!».

Una de las antiguas enamoradas de Rachel la arrastraba hacia la pista, al tiempo que ella olvidaba su propio nombre en el fuerte abrazo con el que la envolvió Santana.

Santana, al ver a Rachel, se puso un poco rígida, pero, tras unos instantes, se movían simultáneamente como si compartieran el mismo esqueleto.

El fino tejido de su blusa le permitía sentir el calor del cuerpo de Santana. A Brittany le pareció que caía en un pozo y que el agua del fondo era negra.

No sabía si el pozo era profundo o no, y volvió a asaltarla el miedo, haciéndola temblar ligeramente en brazos de Santana.

Santana la apretó con más fuerza, y Brittany no pudo ignorar la respuesta de su cuerpo y el recuerdo de la noche anterior.

Santana se había mostrado muy vulnerable, en eso no había mentido. No estaba «manipulándola» mientras sus manos acariciaban sinuosamente la espalda de Brittany.

La mirada de los ojos de Santana no era «una mentira».

La canción terminó y Brittany no supo decir qué había sonado. Entonces, se desprendió de los brazos de Santana.

Rachel le dio a cómo-se-llamase un besito en los labios y se separó de ella.

—¿Dejas a las antiguas y te vas con las nuevas?—la mujer retuvo el brazo de Rachel—La misma Rachel de siempre.

Rachel era demasiado amable para sacudirse la mano que la sujetaba, así que la cubrió con las suyas.

—Hasta yo puedo cambiar.

Brittany se preparó para intervenir, por si como se llamara se ponía pesada.

Rachel y aquella mujer habían salido algunas veces el invierno anterior, después de que Brittany volviera a casa.

Pero tras varios meses no era momento de montar una escena.

De pronto se dio cuenta de que Santana había regresado a la mesa.

—Vamos con las demás—le dijo a Rachel, y la mujer al fin se marchó—¡Qué pesada! Pensé que había roto ella.

—Y así es—susurró Rachel—Pero ha bebido demasiado.

Rachel le pidió otro baile a Quinn y ambas se dirigieron a la pista, aunque
Quinn parecía apagada. Rachel dijo algo y Quinn recuperó la sonrisa.

Brittany se sentó, aliviada.

Miró de reojo a Santana.

Kitty, que no se había movido, había puesto la mano sobre el brazo de Santana y acariciaba lentamente los cardenales. Le hizo una pregunta a Santana y ésta asintió.

Luego, Brittany oyó decir a Kitty:

—Lo siento mucho, cariño.

Quería marcharse a casa.

Odiaba aquellas marcas, aunque no tenían nada que ver con lo que ella deseaba. Si se quedaba, seguramente acabaría otra vez encima del capó de Santana, con ganas de hacer cualquier cosa.

Adoraba aquella sensación y al mismo tiempo la aborrecía.

¿La atraía Santana o era la atracción de Santana lo que la ponía tan caliente?


La noche avanzó y Santana no volvió a bailar con ella.

Aspen, que se enamoraba a la primera de cambio, le pidió un baile a Brittany y ésta aceptó sólo por hacer algo. Por suerte, Aspen no creyó que aquello fuera el inicio de nada serio.

Luego se acercaron más mujeres y Brittany comprendió que no tendría que dormir sola aquella noche, aunque la idea de sentir otras manos que no fueran las de Santana la dejaba fría, a pesar de que el calor de otras mujeres contra su cuerpo mientras bailaba hacía que sintiese latir el corazón en la garganta.

Quinn y Rachel eran cada vez más inseparables, pero, cuando llegó la hora de irse, Rachel dejó claro que llevaría a Brittany a casa.

Quinn y ella quedaron para cenar la noche siguiente, y Rachel se deshacía en sonrisas cuando subieron a la furgoneta.

—Mañana me voy a pasar el día limpiando mi casa. Quiero que ella la vea. Le hablé de la casa mientras bailábamos. No creo que le importe. Sólo quiero que sepa quién soy antes de que nosotras…, ya sabes.

—Sí.

—Bueno, ¿qué pasó entre tú y Santana? Empezaste a contarme algo que pasó anoche.

—Nos dejamos llevar. Las manos hicieron cosas que no deberían haber hecho.

Brittany se dio cuenta de que no conseguía que sonase como algo sin importancia.

—Estás de broma.

—Ojalá.

—¿Y qué más?

—¿Parecía muy ansiosa de estar conmigo esta noche?

—Sí, por lo que vi. En cuanto a ti, nunca te había visto bailar así con nadie, como si quisieras respirar por sus pulmones.

—¿Se notó tanto?—preguntó Brittany.

—Sí. ¿Y qué tiene de malo?

—Rach…, se marcha. Vuelve a Nueva York. Yo no voy a vivir en Nueva York, no voy a trasladarme a su mundo. ¿Y de verdad crees que ella se va a trasladar al mío?

Rachel tomó una curva en silencio y luego dijo:

—Realmente no.

—Bueno entonces…, nada. Además, no sé si puedo confiar en ella. Ni siquiera sé qué va a decir al tribunal sobre nosotros.

Le habló del correo electrónico y Rachel le aconsejó que lo ignora.

—No se puede creer a nadie que no da su nombre.

—Los artículos tenían nombres, lugares, fechas, el número de personas que habían quedado sin trabajo y las cantidades de dinero que habían ganado los inversores de Santana. En realidad, no sé quién es.

—¿Y si le das tiempo? Creo que le importas de verdad.

—¿Y qué más da? No puedo confiar en ella.

Rachel frenó detrás de la casa y Brittany bajó de la furgoneta lentamente.

—¿El sexo estuvo bien?

Al recordar que el segundo clímax de Santana había provocado su propio orgasmo, Brittany respondió sinceramente, con una voz ahogada:

—Nunca en mi vida había sentido nada igual.

—Entonces no importa que el resto de ella sea de piedra. Agárrala con las dos manos y a ver hasta dónde llegan.



Mientras se desnudaba para acostarse, Brittany intentó superponer los consejos de Rachel sobre las imponentes frases del maldito correo electrónico.

Nadie podía arrancarle aquella sensación, ahí tendida en la cama, mientras recordaba el contacto del cuerpo de Santana sobre el suyo.


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Finalizado Re: FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Ene 11, 2016 8:27 pm

maldita elaine zorra trepadora como se le ocurre dañar asi.
y como diablos dio con britt, y tan pronto dio en el clavo de que santana sentiria algo por ella. Cuando santana se entere espero que haga picadillo con ella
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo

Mensaje por Susii Lun Ene 11, 2016 8:51 pm

Maldita Elaine!>:c que Britt no le haga caso a esos correos por favooor D:
Ya quiero leer como siguen sus encuentros$-$
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Después de Todo (Adaptada) Epílogo

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